La Vanguardia (1ª edición)

Besos sociales

- Antoni Puigverd

En mi infancia, los besos sociales sólo se daban a los niños; y sólo las mujeres los daban. No había cosa más pegajosa que el besuqueo a que se veía sometido un niño cuando los padres coincidían con amigos o conocidos. Las mujeres te besaban con ruidosa efusividad, acompañada de exclamacio­nes y comentario­s sobre los detalles más evidentes de tu físico: si habías crecido, si eras gordito (yo lo estaba) o si tenías dientes de conejo (yo los tenía). Los hombres no te besaban, pero te pellizcaba­n o te daban cariñosos cachetes. Los hombres se daban la mano para saludarse. Algunas mujeres, no todas, se besaban en señal de afecto.

En casa éramos besucones: madre y abuela nos comían a besos a todas horas (y este ser comido se convirtió en mi idea de felicidad). Franqueada la puerta familiar, no besabas a nadie. Al llegar la adolescenc­ia ardía en deseo de dar besos. A las chicas, por supuesto. No era una empresa fácil. Se necesitaba­n arduas y pacientes estrategia­s para robar un beso. Todavía recuerdo el rondo que organizamo­s los petimetres de 5.º de bachillera­to en la plaza Nova de Palafrugel­l. Mientras sonaba

Abundan los besos de saludo masculinos y el beso de amistad femenina en la boca

la canción más hortera de los Beatles, “Ob-La-Di-Ob-La-Da”, un chico se colocaba en el centro de un círculo y daba un beso a la chica que le gustaba, lo que la colocaba a ella en el centro para elegir chico... No podía ser más ingenuo, el juego; pero no he olvidado el beso de Berta, de 6.º.

Años después, en los ochenta, estalló una nueva costumbre: los hombres y las mujeres comenzaron a saludarse con dos besos. La moda triunfó enseguida. No podía fallar: de robar besos con gran dificultad pasamos a tenerlos regalados a cada paso. La cosa se ha mantenido estable durante unas décadas. Pero ahora se detectan dos claras variacione­s. Las chicas, que también se besaban entre ellas, ahora comienzan darse un beso en los labios para expresar amistad; y los hombres empiezan a besarse en las mejillas. La moda cuajará, no lo dudo.

El beso intersexua­l, según Freud, es la continuaci­ón de la succión del pecho materno. Según algunos paleontólo­gos es un recuerdo de cuando las mujeres de la especie premastica­ban la comida para los pequeños. Los biólogos dicen que responde a un ritual de elección procreativ­a. ¿Pero a qué responderí­an los besos de saludo masculinos y el beso de amistad femenino en la boca? Podría parecer una muestra más del éxito de la cultura gay, que ya es hegemónica (70.000 asistentes al festival Circuit). Pero la explicació­n más plausible es muy sencilla: mimetismo. De la misma manera que el amor romántico se popularizó con las novelas francesas del siglo XIX y los besos de tornillo con las películas de Hollywood, estas variacione­s del beso social llegan a través del fútbol, la farándula y las series, tan de moda. El primer hombre que me besó en vez de darme la mano fue, hace ya años, un actor de teatro.

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