La Vanguardia (1ª edición)

Calzoncill­os: una doctrina

- Sergi Pàmies

La manera como la actualidad mezcla noticias terribles y trágicas que paralizan toda capacidad de comprensió­n y anécdotas hinchadas por la frivolidad es una de las caracterís­ticas de la actual industria de la informació­n. Durante un concierto en Estocolmo, los pantalones de cuero de Lenny Kravitz se rasgaron dejando a la intemperie una masa fálica de notable volumetría. No debe tratarse de un accidente laboral demasiado insólito. Al fin y al cabo, el estilo y la estética que cultiva Kravitz ya exigen que los cantantes lleven ropa ajustada. Para ser fieles al estereotip­o, tienen que moverse de un modo convulso por el escenario para transmitir una sensación de inagotable energía, y es lógico que de vez en cuando las cosas acaben como en Estocolmo. En otras palabras: es más probable que se le rasguen los pantalones a un cantante de rock que a un registrado­r de la propiedad.

Hace relativame­nte poco, la industria del chisme subrayó la costumbre del actor Jon Hamm, protagonis­ta de la serie Mad men, de ir por la vida sin eso que la convención denomina, con metafórica exactitud, ropa interior. En una vieja en-

Es más fácil que se le rasguen los pantalones a un cantante que a un registrado­r de la propiedad

trevista del programa Versió RAC1, el cantante Gerard Quintana contó que no le gustaba llevar calzoncill­os hasta que un día tuvo un problema con una cremallera que estuvo a punto de rasgarle algo más que los pantalones. En las películas, sigue siendo habitual ver como, tras una noche de sí tú lo estiras fuerte por aquí y yo lo estiro fuerte por allí, el guaperas de turno se levante de la cama y se ponga directamen­te los tejanos dejando entrever la textura y la estructura de sus nalgas para que los aficionado­s y las aficionada­s a esta cara de la luna puedan teorizar sobre la materia. Un consejo: no lo probéis en casa porque corréis el riesgo de daros cuenta de que no es lo mismo la mediática intemperie de Kravitz que la vuestra, tan poco cinematogr­áfica.

Ahora que esta cuestión ha vuelto a ser noticia gracias a las corrientes informativ­as más frívolas del verano, me gustaría romper una lanza a favor de uno de los grandes innovadore­s en materia de no llevar calzoncill­os. Me refiero a Lorenzo Sanz, que fue presidente del Real Madrid y tuvo que dejar el cargo a consecuenc­ia de unos asuntos que parecerían turbios en cualquier sector económico pero que, en el mundo del fútbol, son simplement­e coherentes. En una entrevista a la revista Interviú, Sanz inmortaliz­ó una frase con categoría de epitafio: “No me gusta llevar calzoncill­os” (efecto secundario: desde que leí la entrevista, siempre que veo a un presidente de club de fútbol me pregunto si llevará calzoncill­os). Lo interesant­e de la Doctrina Sanz es el “no me gusta”. A muchos hombres no les gusta llevar calzoncill­os pero se los ponen por tradición, por higiene y, sobre todo, por si acaso. La prevención, en este caso, se antepone a la comodidad o a las preferenci­as personales. Psicólogos y coach del mundo, ilustradme, ¿podríamos concluir que los hombres que no llevan calzoncill­os son más seguros y confiados y que los que llevamos calzoncill­os somos gregarios y pusilánime­s?

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