Calzoncillos: una doctrina
La manera como la actualidad mezcla noticias terribles y trágicas que paralizan toda capacidad de comprensión y anécdotas hinchadas por la frivolidad es una de las características de la actual industria de la información. Durante un concierto en Estocolmo, los pantalones de cuero de Lenny Kravitz se rasgaron dejando a la intemperie una masa fálica de notable volumetría. No debe tratarse de un accidente laboral demasiado insólito. Al fin y al cabo, el estilo y la estética que cultiva Kravitz ya exigen que los cantantes lleven ropa ajustada. Para ser fieles al estereotipo, tienen que moverse de un modo convulso por el escenario para transmitir una sensación de inagotable energía, y es lógico que de vez en cuando las cosas acaben como en Estocolmo. En otras palabras: es más probable que se le rasguen los pantalones a un cantante de rock que a un registrador de la propiedad.
Hace relativamente poco, la industria del chisme subrayó la costumbre del actor Jon Hamm, protagonista de la serie Mad men, de ir por la vida sin eso que la convención denomina, con metafórica exactitud, ropa interior. En una vieja en-
Es más fácil que se le rasguen los pantalones a un cantante que a un registrador de la propiedad
trevista del programa Versió RAC1, el cantante Gerard Quintana contó que no le gustaba llevar calzoncillos hasta que un día tuvo un problema con una cremallera que estuvo a punto de rasgarle algo más que los pantalones. En las películas, sigue siendo habitual ver como, tras una noche de sí tú lo estiras fuerte por aquí y yo lo estiro fuerte por allí, el guaperas de turno se levante de la cama y se ponga directamente los tejanos dejando entrever la textura y la estructura de sus nalgas para que los aficionados y las aficionadas a esta cara de la luna puedan teorizar sobre la materia. Un consejo: no lo probéis en casa porque corréis el riesgo de daros cuenta de que no es lo mismo la mediática intemperie de Kravitz que la vuestra, tan poco cinematográfica.
Ahora que esta cuestión ha vuelto a ser noticia gracias a las corrientes informativas más frívolas del verano, me gustaría romper una lanza a favor de uno de los grandes innovadores en materia de no llevar calzoncillos. Me refiero a Lorenzo Sanz, que fue presidente del Real Madrid y tuvo que dejar el cargo a consecuencia de unos asuntos que parecerían turbios en cualquier sector económico pero que, en el mundo del fútbol, son simplemente coherentes. En una entrevista a la revista Interviú, Sanz inmortalizó una frase con categoría de epitafio: “No me gusta llevar calzoncillos” (efecto secundario: desde que leí la entrevista, siempre que veo a un presidente de club de fútbol me pregunto si llevará calzoncillos). Lo interesante de la Doctrina Sanz es el “no me gusta”. A muchos hombres no les gusta llevar calzoncillos pero se los ponen por tradición, por higiene y, sobre todo, por si acaso. La prevención, en este caso, se antepone a la comodidad o a las preferencias personales. Psicólogos y coach del mundo, ilustradme, ¿podríamos concluir que los hombres que no llevan calzoncillos son más seguros y confiados y que los que llevamos calzoncillos somos gregarios y pusilánimes?