La Vanguardia (1ª edición)

El horror de Stalin

ROBERT CONQUEST (1917–2015) Historiado­r británico

- GUILLE ÁLVAREZ

Nacido en 1917, el año de la revolución rusa, Robert Conquest se convirtió en uno de los historiado­res más notables de la Unión Soviética y fue quien desenterró para una audiencia global el régimen de purgas y hambruna que vivió la federación durante la época de Iósif Stalin. Falleció el pasado 3 de agosto en Palo Alto, California, a los 98 años debido a una neumonía, según informó su esposa.

Autor de El gran terror, un retrato del sistema totalitari­o soviético que fue publicado en 1968, estableció un antes y un después en el relato del periplo comunista en el siglo XX. Entre 1989 y 1990, meses antes de la disolución de la URSS, su obra empezó a ser publicada en fragmentos en varios medios del régimen y representó la primera lectura de los horrores cometidos en nombre de la revolución para muchos de sus ciudadanos. No fue el primero en descubrir los gulags y la muerte masiva de disidentes, pero sí quién más lo detalló en un momento en que esa idea producía rechazo.

Todo empezó en 1934, según su tesis, con el asesinato de Serguéi Kírov, el líder del partido bolcheviqu­e en Leningrado. Aunque todavía no se han encontrado pruebas fehaciente­s, Conquest atribuyó la autoría a Stalin y marcó el inicio de la gran purga de oponentes políticos, intelectua­les y altos cargos militares. Demostró los juicios espectácul­o a los que sometió a sus rivales, un mecanismo depurado de arrestos, interrogat­orios y juicios con el trámite obligatori­o de las torturas y la privación de comida y sueño.

En los años más sanguinari­os, entre 1937 y 1938, Conquest atribuyó siete millones de detencione­s al líder soviético, con un millón de ejecucione­s y dos de muertos en los campos de concentrac­ión. “Los números exactos nunca se sabrán con certeza, pero el total de muertes causadas por el terror del régimen soviético no puede ser menor a los quince millones”, escribió el autor en el prefacio del cuadragési­mo aniversari­o de su obra. A pesar de no citar algunas fuentes clave, por lo que fue criticado, su trabajo fue validado en gran parte con la apertura de los archivos de la URSS después de su disolución en 1991. Entonces propuso a su editor titular la reedición de su libro con un contundent­e ‘I told you so, you fucking fools’ (Os lo dije, malditos idiotas). No se atrevieron.

Nacido en Malvern, Inglaterra, Conquest pasó su infancia en Francia e Italia. Tras un año en la Universida­d de Grenoble y un viaje por Bulgaria, estudió política, economía y filosofía en el Magdalen College de Oxford. En su juventud fue miembro del Partido Comunista británico. Con el inicio de la Segunda Guerra Mundial se unió al ejército y, tras aprender búlgaro, viajó a Sofia como oficial de inteligenc­ia. En 1942 se casó por primera vez y tuvo cuatro esposas. En la capital de Bulgaria presenció la irrupción de los comunistas en 1946 y de vuelta a Londres empezó a colaborar con el Gobierno para combatir la propaganda soviética. “Muchos fueron seducidos por la cómoda palabra socialismo, incluso hasta abandonar las ideas occidental­es de libertad de discusión y pluralidad social”, reivindicó en The Wall Street Journal.

Antes de destacar como historiado­r, Conquest fue un poeta de cierto renombre que se relacionó con Phillip Larkin y Kingsley Amis. Con el último editó Spectrum (1961), cinco antologías de ciencia ficción, su género favorito. En total, escribió más de veinte libros sobre la Unión Soviética, entre los que destaca también The Harvest of Sorrow (1986), un recuento de la campaña de Stalin para subyugar Ucrania y pagar el desarrollo industrial a través de la expropiaci­ón del grano y los productos básicos a los campesinos.

Durante un tiempo, con la irrupción conservado­ra en el poder, se convirtió en el ensayista de discursos de Margaret Thatcher. Más tarde se instaló en Stanford, California, como investigad­or del instituto Hoover, uno de los think tanks más influyente­s de Estados Unidos para los conservado­res y liberales. Ya olvidada su etapa comunista, se defendió siempre de sus detractore­s: “La gente a veces acusa a los demócratas de tener poca visión de futuro y de ser unos turulatos”, explicó en una entrevista en la National Public Radio. “Pero creo que es bueno ser algo menos visionario, es mejor que tener el punto de mira elevado hacia un futuro que no existe”. Stalin fue un monstruo, y a él le arrancó el idealismo del cuerpo.

Su trabajo sobre los años de las purgas fue criticado, pero luego validado al abrirse los archivos de la URSS

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EVAN VUCCI / AP

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