La Vanguardia (1ª edición)

La tranquilid­ad de un expresiden­te en su despacho

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En la calle Ferraz de Madrid esquina con Marqués de Urquijo tiene su despacho de expresiden­te José Luis Rodríguez Zapatero. Podría ser un piso del Eixample barcelonés con su ascensor inmemorial, sus techos altos y su parquet crujiente. Hemos quedado a las 12.30 pero se retrasa. Juraría que oigo a ZP repasando inglés con una profesora. Lo juro y, como todo buen juramento, acierto. Su secretaria pide disculpas por el retraso de veinte minutos. Zapatero me recibe sonriente y tengo la sensación que se ha extirpado años de encima. Guardo una buena relación con él. Es el único presidente (o expresiden­te) de España que me ha concedido una entrevista para la radio desde la Moncloa. Como ex visitó los estudios en Barcelona. Le cuento que a Rajoy sí le he entrevista­do pero como jefe de la oposición, dos veces. Nos sentamos en un sofá y hablamos de todo. Una hora da mucho que hablar, de debatir y de discutir: de Catalunya, de España, de Grecia, de Merkel, de Rajoy, de Europa e incluso del Barça. Está metido (vía lectura, vía charlas) en las políticas medioambie­ntales. En su despacho hay pocas fotos. Destacan la que tiene con dedicatori­a del rey Felipe VI en una mesa principal y, en una estantería lateral, la del rey Juan Carlos. Enfrente del sofá donde bebemos agua, una foto en primer plano de su mujer Sonsoles con sus dos hijas. Y a un lado observo una en la Casa Blanca charlando con Obama. Le pregunto por el presidente de EE.UU. y me responde que es el político más honesto y educado que ha conocido. Cuenta que en una cumbre UE-EE.UU. Zapatero dijo a Obama que sus hijas eran grandes seguidoras suyas. Liquidada la cumbre Obama se acercó con un papel con una dedicatori­a para Laura y Alba. Recuerda cuando, al final de su mandato en la ONU, Obama de despidió con un “José Luis, eres un buen hombre”. ZP debe estar ahora en la China antes de viajar a República Dominicana. Luego llegarán las vacaciones. Me despido y me recomienda leer Del calor de la leche de Nell Leyshon. Ya lo he comprado. Y antes de irme, en la puerta de su despacho, me dice de su admirado Guardiola. “Si hablas con él –me mira– convéncele que en una lista él debe ir siempre el primero, no el último”. Sonríe y se va.

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