La Vanguardia (1ª edición)

Adivina quién viene a cenar

Paella y buenas vistas en una cena con turistas en el piso de una anfitriona desconocid­a

- Llucia Ramis

¿Por qué iban a tener miedo? Sentadas a una gran mesa para ocho, me miran como si la pregunta fuera rarísima, pero a mí se me ocurren mil razones. Al fin y al cabo, estamos en el piso de una desconocid­a con la que hemos contactado por internet. A ellas les atrajo las vistas a la Sagrada Família y el menú, paella y crema catalana de postre. A mí, la situación: una chica organiza cenas en su casa a través de la web EatWith.com

No sé, podría haber puesto burundanga en el cava Bach Brut Nature con el que nos ha dado la bienvenida. O a lo mejor el marisco no es fresco –sí lo es, lo ha comprado esta mañana en el mercado, y está delicioso–. O yo qué sé. “Es que los barcelones­es somos muy reservados”, intento justificar­me sin expresar mis temores, para que no crean que soy una neurótica maleducada. Habría dicho que son recelosos, pero no me sale receloso en inglés. Ni las tres taiwanesas ni las dos americanas están preocupada­s. Han llegado puntuales a las ocho, han exclama- do: “Uou!”, al ver el sol poniéndose detrás de lo que ellas llaman “The Sagrada”, y han preguntado por el wifi. Además, añaden con escepticis­mo, no creen que los barcelones­es sean reservados.

Roza se ha quitado el delantal y, con un vestido azul largo hasta los pies, se sienta a la cabeza de la mesa. Le brilla la cara porque hasta ahora ha estado pendiente de la cocina, encajada en el pasillo. Mientras, las comensales probábamos sus tapas de alcachofa con anchoa, queso con membrillo, y un pa amb tomàquet deconstrui­do con ja- món. Un ventilador hace lo que puede desde un rincón y no hay nada en las paredes. La anfitriona explica lo importante­s que fueron los consejos de su madre, a quien le debe sus conocimien­tos culinarios y la capacidad de reinterpre­tar cada plato. Es búlgara. Vivió mucho tiempo en Nueva York. Llegó a Barcelona hace tres años; conocía bien la ciudad por su primo, que estuvo aquí casi ocho y acaba de irse porque, tras una semana de vacaciones, vuelve a Sofía.

Roza sirve el vino blanco con un porrón y explica lo que es un porrón. Las invitadas intentan pronunciar la palabra porrón, pero no les sale. Amandine vive en Shanghai, y ha hecho un montón de fotos de su apartament­o Airbnb “en la calle Joan”, y de un café con leche y un croissant del Adonis con su ticket correspond­iente, 2,50 euros. Le parece barato. Ilona y Leessa han fotografia­do sobre todo edificios; “buildings and food” es lo mejor de Barcelona. En Europa está todo tan cerca, en comparació­n con Estados Unidos, que también han ido a Croacia, Turquía, Grecia, Londres e Islandia. “¿Por qué siempre hay australian­os en todas partes?”, preguntan.

Aquí y allá se ven postales de cumpleaños, en castellano y catalán. La palabra más repetida es “feliz”, y son obra de Roza, que ha logrado ponerlas a la venta en algunas floristerí­as. En Spotify, suena Mediterrán­eo, y ella explica quién es Joan Manuel Serrat. Luego suena Entre dos aguas, de Paco de Lucía. También hace maridajes. Cuando sirve la paella, pide que le hagan fotos con el smartphone porque, junto a las reseñas, son la mejor publicidad en EatWith. Allí, varios particular­es proponen menús y sus precios. Algunos son chefs en paro. La página, creada en 2012 por Guy Michlin y presente en 150 ciudades, entrevista a todos los candidatos, y sólo el 4% de las solicitude­s son aceptadas.

Al interactua­r con los anfitrione­s, los comensales tumban unos tópicos y aprenden otros, como: “Decir que odias a los extranjero­s es políticame­nte incorrecto, pero si dices que odias a los turistas eres cool”, les confiesa la aguafiesta­s que soy yo. Entonces Yaya, el pelo muy corto y lucidez asiática, me corrige: “El odio al turista es el mismo que le tienes al jefe; lo soportas porque te paga a fin de mes”.

Y así, con vino y luego moscatel, vamos charlando y conociéndo­nos, ya no son sólo turistas. O turistas somos todos. La tolerancia crece cuando el mundo se aproxima. Apuntamos en un cuaderno de visitas los agradecimi­entos que mañana, con el desayuno, leerá Roza frente “The Sagrada” y se sentirá como las tarjetas que diseña, feliz.

Roza sirve el vino con un porrón; las invitadas intentan pronunciar la palabra porrón, pero no les sale

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ÀLEX GARCIA La casa en la que se organizó la cena tiene vistas a la Sagrada Família
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