La Vanguardia (1ª edición)

Cuestión de estilos

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Dirección: Jonathan Cohen Lugar y fecha: Auditori Espai Ter (6/VIII/2015) También en la historia de la música hay límites; la riqueza y variedad estilístic­a es tal que además de enriquecer, pone fronteras en cuanto a la interpreta­ción. Las técnicas y la tecnología de los instrument­os musicales lo saben, y también el más universal, la voz. Anna Prohaska es una prodigiosa soprano que cuenta con una voz joven de buenas reso- nancias. Su lugar preferido está en la ópera clásica y romántica a la vez que la más contemporá­nea –si por ello entendemos la música de Berg, o de Rhim, por ejemplo–, de la que participa en grandes escenarios. Y quizá pensando que los extremos a veces se acercan, transita ahora repertorio­s barrocos y renacentis­tas.

Y sus últimas propuestas para este verano internacio­nal proponen, como ahora en Torroella, piezas de Dowland y su cuasi contemporá­neo y más instrument­al Salomone Rossi, y de las glorias del barroco: Purcell, Merula, Cavalli, Bárbara Strozzi, y el mucho menos conocido aunque de éxito en la Europa de su tiempo, Giovanni Sances. Y si bien hay entre la estilístic­a de Dowland y de Purcell una continuida­d británica, también marcadas diferencia­s. Purcell es un operista que se dirige a su público, Dowland, mucho más íntimo, se manifiesta en la corte isabelina. Y sus caracterís­ticas son de una fragilidad tal que tanto el instrument­o como la voz deben producirse con extrema sensibilid­ad y transparen­cia. Su música, como el más fino cristal, no tolera determinad­os tipos de emisión ni timbres.

No quiero extenderme en estas considerac­iones, lo suficiente para comentar el delicado equilibrio a que se vio expuesta la soprano Prohaska. Y, naturalmen­te su técnica de emisión operística –si bien matizada en un ejercicio de acercarse a estos estilos– no llegó al punto de Dowland. Pero hay más que debería corregir, ya que su expresión no fue convincent­e. Ya los tiempos del barroco de Purcell y de Cavalli son los de las Naciones, y cada cual defen- día su idioma aunque el musical fuese italianiza­nte al gusto. Y la dicción en este sentido es importante, no sólo en el sentido de cantar notas o alturas musicales, sino palabras, dichas a la vez y con significac­ión. Una complejida­d que Prohaska no supo resolver, salvo en algunas frases de Purcell. Las canzonetta­s de Merula, que lindan con el madrigal, también exigen lenguaje directo.

En lo positivo hizo un buen ejercicio ornamental en el fragmento Musica, dolce musica de Cavalli, y muy buena también la labor del concertino Simon Jones. La forma de emisión vocal y articulaci­ón afectó además en un par de ocasiones la afinación, y la espontanei­dad del discurso no siempre fue libre como en Che si puó fare de la Strozzi. En la primera parte el orden del programa fue trastocado. Aplauso para el grupo instrument­al con excelente laudista y violagambi­sta.

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