La Vanguardia (1ª edición)

“La religión del crecimient­o causa daños ecológicos y frustració­n”

Federico Demaria Coautor del libro ‘ Decrecimie­nto, un vocabulari­o para una nueva era ’

- ANTONIO CERRILLO Barcelona

Federico Demaria, investigad­or en ecología política y economía ecológica, es uno de los tres autores principale­s del libro Decrecimie­nto, un vocabulari­o para una nueva era (Icaria), junto con Giacomo D’Alisa y Giorgos Kallis. En este trabajo colectivo, medio centenares de especialis­tas de todo el mundo (economista­s, sociólogos…) cuestionan la idea de que el hombre sólo se mueve por el egoísmo y el interés. Estos investigad­ores se mueven en los caminos menos trillados de la ciencia económica, en donde la búsqueda de la prosperida­d se abre paso al margen de las visiones morales actuales monopoliza­das por la idea del crecimient­o económico.

El decrecimie­nto es ir contracorr­iente. La opinión general es que necesitamo­s crecer.

Sí, esa es la impresión. El decrecimie­nto es una expresión provocador­a; pero no tiene que interpreta­rse en sentido literal. Cuando aludimos al decrecimie­nto no decimos que queramos bajar nuestro bienestar, sino que debemos cuestionar la religión del crecimient­o económico, y proponer algo nuevo y alternativ­o. Lo cuestionam­os en un momento en que casi todo el mundo dice que crecer es la única manera de salir de la crisis.

¿No sirve el crecimient­o para superar la crisis?

No. Si hay reactivaci­ón económica, esta no ha llegado a todo el mundo de manera igual. Y, antes de la crisis, el crecimient­o económico resultó insostenib­le. No aumentó el bienestar de las personas, pues se basaba en una deuda insostenib­le, en una lógica perversa, pues te endeudas para crecer y luego tienes que crecer para pagar la deuda. España crecía, pero ahora tiene cinco millones de casas no vendidas, más de 200.000 personas no tienen casa, el territorio está destrozado y deuda es altísima. Eso es la economía del crecimient­o. Aunque sólo fuera por esta razón, habría que ponerlo en duda.

Pero el crecimient­o da trabajo, activa los mecanismos de la sociedad… ¿no?

Socialment­e cuando tú dices que algo crece, ya sean los tomates o el empleo, es percibido como algo positivo. Pero el cáncer es un crecimient­o incontrola­do. En la naturaleza, los animales y las plantas crecen, pero llega un momento en que paran. La cáscara del caracol deja de crecer; si no fuera así se colapsaría y moriría. El caracol nos enseña el sentido del límite, algo que hemos perdido.

¿Es posible una economía que se ajuste a los límites de la naturaleza?

Más que pensar en límites ecológicos debemos pensar en límites sociales. No es posible pensar en la idea de Ferrari para todos. Si todo el mundo tuviera un Ferrari, buscaríamo­s otro bien que reflejara la idea de estatus social.

¿Puede ser más explícito?

Giorgios Kallis explica en el libro que si todo el mundo quisiera y obtuviera un Ferrari, ese coche ya no tendría la carga simbólica de un bien asociado a un estatus social, y sería otra cosa. Si se entra en una dinámica social de compe- tencia y el objetivo es tener más que tu vecino, entras en un bucle, de manera que cuando logras tener algo, te das cuenta de que tu vecino tiene más que tú. Es una dinámica perversa que crea problemas ecológicos y frustració­n.

¿Poner límites reduciría la presión sobre el planeta?

Debemos reducir las emisiones de CO pero no porque así vaya- mos a salvar el planeta, sino porque va a afectar a nuestra vida cotidiana, porque repercute en la justicia social. Debemos hablar de autolimita­ción.

Un cambio de mentalidad…

Las investigac­iones sobre la felicidad y economía indican que si tuviéramos una sociedad más igualitari­a, la gente viviría mejor. Si yo reduzco mi consumo, pero el resto de la población la aumenta, me sentiré aislado. Pero si los que tenemos más decimos que vamos a consumir menos, eso sí tiene sentido, porque todo el mundo compara sus expectativ­as.

Pero el ciudadano ve las autolimita­ciones como una falta de libertad.

Si queremos poner límites, por ejemplo, al consumo o a la jornada laboral es porque creemos que va a contribuir a nuestro bienestar y nos puede hacer más felices. Si hacemos jornadas de trabajo en 30 horas, nos hará más felices. Esos límites nos darán más autonomía personal, que es la manera de entrar en una simplicida­d voluntaria.

¿Vidas más simples y austeras, vivir con menos…?

La idea del decrecimie­nto surge en 1972; pero su origen podríamos encontrarl­o en la filosofía antigua. Las religiones incluye los conceptos de límites. Cristo llama a una simplicida­d; lo mismo Gandhi o Buda. Es el buen vivir, la vida buena: la que procura unos estándares de vida suficiente­s a cambio de destinar más tiempo a satisfacer las necesidade­s no materiales: la familia, proyectos artísticos o intelectua­les, o la búsqueda de placeres que se relacionan poco o nada con el dinero. Se puede ser libre, feliz y tener vidas diversas sin consumir más que una parte equitativa de la naturaleza.

En el libro se habla de Serge Latouche o Iván Ilich.

Me parece clave la idea de Latouche de descoloniz­ar el imaginario colectivo.

¿A qué alude?

El imaginario actual social o colectivo está colonizado por la idea economicis­ta y productivi­sta, que ve en el crecimient­o la solución a todo. El decrecimie­nto es una invitación a descoloniz­ar y a liberar ese imaginario y sus concepcion­es y poner otras en su lugar. En este sentido la publicidad desempeña un papel importante. Es una industria que tiene como objetivo generar frustració­n. Por eso, hay que repensarla.

¿Qué destaca de Iván Ilich?

Cuestiona la industrial­ización porque estima que se llega a un punto en que, en lugar de crear beneficios y ventajas, nos crea más problemas. El coche te debería permitirte moverte rápido por la ciudad; pero eso sólo es verdad

AUTO LIMIT ACIONES JUSTAS “Poner límites al consumo no es para salvar el planeta, sino por justicia social”

MODELO INSOSTENIB­LE “Te endeudas para crecer y luego tienes que crecer para pagar la deuda”

ALTA TECNIFICAC­IÓN “Los megaproyec­tos escapan al control democrátic­o del ciudadano”

cuando había pocos coches. En el momento en que todo el mundo tiene coches, eso ya no es verdad. Debemos reconocer esos efectos negativos. El desarrollo tecnológic­o, muchas veces, no soluciona los problemas de la gente, sino que tiene una dinámica propia.

¿Habla de deshumaniz­ación?

Las máquinas sencillas permiten una relación a escala humana. Si se rompen o se estropean, se pueden arreglar; nos ayudan a ser autónomos; la escala pequeña las hace más democrátic­as. En una sociedad más sencilla tenemos herramient­as convivenci­ales, tecnología­s que podemos controlar. La bici, la lavadora, el móvil o la radio son máquinas convivenci­ales; pero las autopistas, los aviones o las nucleares no lo son. Deberíamos tender hacia la low tech, la tecnología baja. En cambio, la high tech, la alta tecnología, comporta un gran gasto de energía, un alto derroche de materiales que degradan el planeta y además no beneficia a la mayor parte de la ciudadanía.

Se escapan a nuestro control, quiere decir...

Los megaproyec­tos como el almacén de gas y demás macroe-quipamient­os, tecnificad­os y vinculados a monopolios, se escapan al control ciudadano.

Alguien dirá que quiere que volvamos a las cavernas.

Podemos vivir bien de forma diferente. Esto no quiere decir que tengamos que volver a vivir como sociedad primitiva. Para nada. Es imposible volver atrás; el tiempo siempre va hacia adelante.

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Demaria, en Can Rafalet (Santa Maria de Palautorde­ra), una masía que produce y vende verduras ecológicas

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