La Vanguardia (1ª edición)

La barraca de los Coloreu

- ARTURO SAN AGUSTÍN

Olor de sofrito, de buen sofrito y de mar. No hay mejor combinació­n. Sobre todo en verano, en este agosto de ahora mismo que está inundado de políticas, falsos patriotas, populismos y muchos miedos disimulado­s. Y sí, quizá también me llega hasta aquí, hasta esta barraca de S’Alguer (Palamós), la sombra de aquel Alberto Puig Palau, más conocido por Tío Alberto, señorito barcelonés cuyo padre era fabricante de tejidos de seda. Fueron los gitanos, a quienes siempre ayudó, los que lo bautizaron como Tío Alberto. Este señorito faranduler­o y seductor ya existía antes de que Joan Manuel Serrat lo convirties­e en canción, pero fue el del Poble Sec quien, agradecido por su generosida­d, lo hizo popular incluso en toda América. O sea, que aquel frecuentad­or de toreros, bailaoras, actrices y cantautore­s; aquel mecenas, que fue cuñado del actor francés Michel Piccoli, era todo lo que Barcelona y la Costa Brava han dejado de ser.

Sentado, pues, bajo un toldo, en la puerta de una de las barracas de pescadores de S’Alguer, recibo una llamada telefónica que me interrumpe el guión. Una llamada procedente de un aeropuerto. Pensar en un aeropuerto, cualquier aeropuerto, desde aquí, desde S’Alguer, es ofender y mucho a este lugar privilegia­do. Y para ser un poco coherente respondo con brevedad y desconecto el teléfono, ese teléfono que nos aleja cada vez más de las personas que nos rodean. Quedamos con ellas para comer, cenar o conversar y lo único que hacemos es hablar por teléfono con alguien que no está presente, con alguien que sufre, por ejemplo, las inclemenci­as de un aeropuerto en verano.

Regresemos al paraíso. Los antiguos propietari­os de la barraca de pescador que me acoge generosame­nte pertenecía­n a la familia conocida con el sobrenombr­e de Ca l’Anguila. Luego, esta ba- rraca fue adquirida por Joan Coloreu, que estaba casado con Francesca Puig. Actualment­e la propietari­a es su hija Rosa Maria Coloreu, la esposa de Joan Pagés. Observo a Rosa Maria, discreta y siempre atenta, y su imagen me devuelve a mujeres que admiraba. Algunos hombres no hemos necesitado que se inventara esa cosa llamada cuota femenina para reconocer la valía de algunas mujeres. El marido de Rosa Maria, ya se ha dicho, es Joan Pagés, de quien pronto descubro que es un sabio, uno de esos sabios que dan algunos lugares de la provincia de Girona y que tanto enseñaron a Josep Pla. A los sabios se les descubre por sus muchos silencios observador­es y porque cuando dicen algo suena como un brillante latigazo de sentido común. Los sabios como Joan Pagés, menudo, fuerte, nadador diario y a punto de cumplir 80 años, tienen también una prodigiosa habilidad para sestear en la sobremesa sin que el resto de comensales se entere. Llegada la modorra, los que no somos sabios acabamos dando grandes cabezadas que ponen en evidencia la realidad: que nos hemos quedado dormidos y, lo peor, que intentamos disimularl­o inútilment­e.

Hoy, en la barraca de los Coloreu, Anna Casadevall ha cocinado un extraordin­ario catxoflino. Anna es la cocinera del restaurant­e La Xicra de Palafrugel­l. También Montse Soler, la esposa de Pere Bahí, es mujer eficiente que sabe que la vida va en serio. Y, a pesar de eso o precisamen­te por eso, no ha perdido el sentido del humor. Montse, como su amiga Ceci Patxot, conoce los nombres de sus vientos y sabe que el garbí es el viento de las tardes de verano en Palamós. Buena comida conversada y buen vino también hablado. Al aire libre, junto a la mar, en la cala S’Alguer, que debe su nombre a las algas, aunque ahora ya sabemos todos que, además de las algas, existe la posidonia, esa planta marina.

Lugar hermoso este S’Alguer en el que ya desde muy antiguo las barcas de los pescadores se refugiaban cuando llegaba el temporal. Cuando a la buena comida y al buen vino, debidament­e conversado­s, se añade la guitarra de Pep Rodríguez y la voz de Pere Bahí, ya no se necesita nada más. O quizá sí. Quizá es necesario darse cuenta de que uno está viviendo un momento privilegia­do en un lugar también privilegia­do que la especulaci­ón inmobiliar­ia y sus agentes estuvieron a punto de destruir.

De pronto, aparecen dos juncales veinteañer­as en biquini que se encaraman a una roca por razones fotográfic­as. Y, admirándol­as, uno vuelve a pensar en Tío Alberto mientras Joan Pagés, irónico, apacible, sabio, me dice que antes algunos ricos sabían ser generosos: “Ahora ninguno de ellos comparte con los menos pudientes alguno de sus privilegio­s”.

Tío Alberto y aquel Maserati 6CM.

 ?? IMAGEN EXTRAÍDA DEL LIBRO ‘TÍO ALBERTO’, DE JAUME FABRE Y XAVIER FEBRÉS ?? Tío Alberto y el Maserati con el que ganó el Penya Rhin de F-1
IMAGEN EXTRAÍDA DEL LIBRO ‘TÍO ALBERTO’, DE JAUME FABRE Y XAVIER FEBRÉS Tío Alberto y el Maserati con el que ganó el Penya Rhin de F-1
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