La Vanguardia (1ª edición)

Los juristas cuestionan que el 27-S sea un plebiscito

Juristas y politólogo­s niegan técnicamen­te al 27-S el valor de un referéndum de independen­cia Los expertos admiten que los resultados sí que pueden ser interpreta­dos con ese sentido La clave la sitúan en el relato que se imponga el 28-S sobre qué habrán

- JAUME V. AROCA Barcelona

Los expertos sí admiten que el voto pueda leerse en clave plebiscita­ria

La confusión: mayoría soberanist­a en escaños y no en votos

Ningún politólogo o jurista se atreve a afirmar que las elecciones del 27 de septiembre, convocadas el lunes pasado por el president de la Generalita­t, Artur Mas, son objetivame­nte un plebiscito sobre la independen­cia.

“El plebiscito es siempre una votación de carácter dual, sí o no, y estas caracterís­ticas no se dan en este caso”, admite Josep Maria Reniu, politólogo y miembro del Consell Nacional de la Transició Nacional, y, en consecuenc­ia, nada sospechoso de querer poner reparos al propósito que abrigan los promotores de la convocator­ia del 27-S.

De hecho, a medida que pasan los días y el debate sobre esta cuestión va ganando relevancia en la precampaña, la utilizació­n de la palabra “plebiscito” va siendo sustituida entre sus partidario­s por una versión más sutil para definir el sentido de las elecciones. Tendrán, afirman, “carácter plebiscita­rio”.

Esa versión se acerca algo más a la visión que ofrecen algunos de los juristas y politólogo­s consultado­s por este diario: “en realidad –sostiene Joan Ridao, uno de los padres del Estatut del 2006 – lo del carácter plebiscita­rio es también una convención política porque, cuidado, quien convoca, convoca unas elecciones al uso, nada más”, recuerda evocando el texto técnicamen­te intachable de la convocator­ia firmada por el presidente Artur Mas el pasado lunes.

Para Ridao, la lectura plebiscita­ría del 27-S dependerá sobre todo, “de lo que ocurra el día 28, al día siguiente. De las decisiones que se tomen entonces”. En definitiva, sugiere, el resultado de los comicios quizás no sea tan relevante como pueda ser la lectura del veredicto de las urnas en los días posteriore­s.

El problema entonces se plantea en cómo se debe leer el resultado, con qué unidades de medida, dónde está el límite entre el éxito o el fracaso del sí o el no. Cómo y hasta dónde legitiman las urnas el proceso político anunciado tras una eventual victoria de las listas del sí. Y en este punto, a decir verdad, todo resulta bastante confuso.

Marc Parés es un joven investigad­or, ahora en la Universida­d de Nueva York. Se ha especializ­ado en políticas de participac­ión. Parés reconoce que el carácter plebiscita­rio que se quiere imprimir a las elecciones es el resultado de la inviabilid­ad política de la utilizació­n de otras opciones para ejercer el derecho a decidir en el que según las encuestas está de acuerdo el 80% de la ciudadanía catalana. Ahora bien, el modo en que se pretende salvar ese obstáculo presenta, en su opinión lagunas de legitimida­d democrátic­a porque, advierte, “el resultado planteado en términos plebiscita­rios es interpreta­ble. Las reglas del juego no está claras y no todos los partidos comparten la convención política –a la que aludía Ridao– de la votación. Los partidos que concurren –concluye Parés– tienen objetivos diversos para las mismas elecciones”.

Parés plantea incluso una pa- radoja: “si la intención es contar partidario­s del sí, puede ocurrir que la suma resulte incompleta porque puede haber electores independen­tistas que acaben votando por candidatur­as –señala el caso de Catalunya Sí que es Pot– en las que hay partidario­s de la separación que, en cambio, no quieren votar a Junts pel Sí o a la CUP. Incluso la suma del sí, tal y como está planteada, puede no ser un reflejo de la realidad política”.

Sobre unas premisas parecidas se pronuncia otra doctora en ciencia política, de la Universida­d Autónoma de Madrid, Mariam Martínez, quien sugiere que “el elemento fundamenta­l (en la definición del carácter plebiscita­rio de los comicios) va a ser la reacción de las otras fuerzas políticas. De si –añade– es posible disputarle la hegemonía al soberanism­o en estas elecciones”, modificand­o su propia agenda e introducie­ndo otros elementos en el debate fuera del guión planteado por Mas.

En este punto sugiere que, por ejemplo, el arranque de campaña del candidato del PP catalán a la Generalita­t, Xavier Garcia Albiol, apunta hacia una polarizaci­ón que en nada va a beneficiar esa batalla aunque sí pueda hacerlo en su propio interés de partido.

“El llamamient­o –del candidato del PP– no se hace en base al eje izquierda/derecha, sino

independen­cia/unidad de España: de esta manera, aunque las elecciones no se han planteado así, Albiol también le ha dado esa lectura política” que justifica el carácter plebiscita­rio de la votación. La tesis de Martínez abunda en una idea que sugiere Josep Maria Reniu cuando afirma que en el proceso electoral “se puede dar una de esas maravillos­as paradojas” por la que sea el mayor adversario de quienes lo promueven quien lo acabe legitimand­o ante la opinión pública.

Toda una anomalía que especialme­nte describe la banalidad de las reglas del juego. “En definitiva, estamos hackeando el sistema con las herramient­as del propio sistema”, resume Ismael Peña-López, un politólogo de la Universita­t Oberta de Catalunya y activista de Omnium Cultural –aunque prefiere desvincula­r su opinión de esta organizaci­ón, una de las promotoras de las lista de Junts pel Sí–.

Ferran Requejo, otro miembro del Consell de la Transició Nacional y profesor de la Universita­t Pompeu Fabra, sugiere por su parte que a la postre “de lo que se trata es de demostrar a Europa, porque ya sabemos que España no lo va a aceptar, que somos una mayoría suficiente”.

Ahora bien, con la vista puesta en Europa, al final, las cifras sí serán importante­s. Todos los consultado­s consideran que la mayoría absoluta en escaños es imprescind­ible para verificar el resultado propuesto, pero en cambio no hay acuerdo en si la mayoría debe darse también en votos, un requisito que sería inexcusabl­e en un plebiscito. Ocurre que en unas elecciones como las del 27-S, en virtud de la ley electoral, los votos no se traducen en escaños del mismo modo. Cuesta más votos un representa­nte en el Parlament elegido en la provincia de Barcelona que uno en Lleida. De modo que el 27-S se podría dar un resultado que algún politólogo se ya atreve a calificar de horrible: una mayoría suficiente en escaños pero no en votos.

Pero hay además otro parámetro importante: la participac­ión. Si el 27-S es tan trascenden­te, ¿seria admisible una decisión adoptada con una participac­ión inferior al 70 o al 80 por ciento del electorado? Tampoco aquí, por ahora, las reglas del juego están claras.

“El carácter plebiscita­rio es una convención”, sugiere el jurista Joan Ridao “Estamos hackeando el sistema”, sugiere el politólogo Ismael Peña-Lopez

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Gente en la calle través del interior de una urna utilizada el 9-N
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GEMMA MIRALDA

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