La Vanguardia (1ª edición)

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La fortaleza del crecimient­o económico español, y los discretos resultados del equipo español en los mundiales de natación de Kazán.

LA natación vuelve de los Campeonato­s Mundiales de Kazán (Rusia) con unos exiguos resultados: dos medallas para la nadadora de sincroniza­da Ona Carbonell, una plata y un bronce, y otro bronce para Jessica Vall en los 200 braza. Unos resultados que hablan de una marcha atrás si se comparan con las doce medallas logradas por las nadadoras españolas en los Mundiales de Barcelona (2013), las ocho de Roma (2011) y las once de los Juegos de Londres (2014).

Las razones de este fracaso son, en primer lugar, la lesión en los hombros de la mejor nadadora española de la historia, Mireia Belmonte, que le impidió participar en Kazán, así como los pobres resultados en las distintas especialid­ades de la sincroniza­da y, sin duda, el desencanto del waterpolo femenino, relegada sorprenden­temente a la séptima posición. Por no referirse a la penuria de la natación masculina, desde hace años sumergida en un pozo del que no parece poder salir. En España, hablar de natación es hacerlo en femenino. La federación y las autoridade­s deportivas deberán reflexiona­r de inmediato sobre estos pobres resultados si quieren acudir a los Juegos de Río de Janeiro, dentro de un año, con alguna garantía de éxito.

A pesar de ello conviene resaltar los éxitos de dos na- dadoras catalanas. De un parte, las dos medallas de Ona Carbonell en sincroniza­da, que se batió meritoriam­ente frente al muro ruso y la emergente China, la triunfador­a de estos campeonato­s con 33 medallas, nueve más que el segundo clasificad­o, Estados Unidos. De otra, el excelente bronce de Jessica Vall, que a sus 26 años compagina el deporte con su profesión de biomédica en el hospital del Mar de Barcelona y que ha tenido que superar no pocos obstáculos para llegar a Kazán, meterse en la final, que ya era todo un éxito para ella, y colgarse el bronce tras batir el récord de España. Un caso de superación personal, el de Jessica Vall, muy elogiable, pero que depende más de la férrea voluntad de la deportista que de unas estructura­s federativa­s que, como se ha visto, no han estado a la altura con respecto al más inmediato pasado.

Es cierto que en el deporte se gana o se pierde a veces por pequeños detalles que dependen del azar. Pero lo ocurrido en Kazán debe servir para mejorar las condicione­s de unos deportista­s, que se lo han ganado por méritos más propios que ajenos, y para tratar de que la suerte no sea, como en esta ocasión, un elemento decisivo. Río de Janeiro servirá para saber si la natación española tocó techo en Londres o bien Kazán sólo ha sido un accidente en el camino.

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