Un Tsipras a la inglesa
Jeremy Corbyn convulsiona la política británica con una opción socialista
Lo último que esperaba Jeremy Corbyn, a sus 66 años, era convertirse en una figura política. En el Tsipras o Pablo Iglesias inglés. Ni en sus más extravagantes sueños pensaba que él, un veterano diputado socialista y representante por Islington Norte (un barrio bien de Londres), movilizaría el voto de jóvenes y pensionistas y sacaría del letargo a un ala izquierda del Labour a la que Tony Blair suministró un poderoso somnífero llamado tercera vía, y tan sólo ahora empieza a despertar.
El fenómeno ha sido tan inesperado como fulminante. Tras la derrota en las elecciones generales de mayo y la subsiguiente dimisión de Ed Miliband, Corbyn fue propuesto como candidato al liderazgo laborista por una veintena de correligionarios, y hasta el último momento no obtuvo las quince firmas adicionales de parlamentarios del partido que eran necesarias para la nominación. Sólo las consiguió porque algunos pensaron que, en aras de la diversidad y el interés democrático, era importante que la izquierda estuviera representada.
Todo el mundo daba por hecho que Corbyn sería un mero comparsa que añadiría colorido al debate, pondría sobre la mesa unas cuantas propuestas utópicas que recordarían a líderes laboristas de los setenta y ochenta como James Callaghan y Michael Foot, y el liderazgo se lo disputarían sus tres rivales moderados: la blairita (heredera de Blair) Liz Kendall, la brownita (protegida de Gordon Brown) Yvette Cooper, y Andy Burnham, un híbrido entre ambos y lo más a la izquierda que, tras la debacle de la primavera, el Labour parecía capaz de ir.
“La clave está precisamente en la definición actual de moderado –explica el politólogo Rufus Wi- nehouse–. La derecha ha hecho prevalecer su ideología hasta tal punto que cualquiera que propone subir los impuestos a los ricos, incrementar seriamente el salario mínimo, dar acogida a los inmigrantes o acabar con la austeridad y la precariedad laboral, es denunciado por la prensa y la clase política como un extremista y un peligro público que provocaría el caos financiero. Pero los recortes y la obsesión por el control del déficit son tan sólo un dogma que favorece a los bancos y las grandes multinacionales, y que es denunciado por muchos economistas, incluidos premios Nobel como Joseph Stiglitz o Paul Krugman”.
Jeremy Corbyn es antimonárquico, y mantuvo abiertos los canales con el IRA durante el conflicto norirlandés (en el que pone a la misma altura al ejército y a los servicios de inteligencia británicos, responsables de muchos asesinatos, que a los terroristas). Y ciertamente no se considera nin- gún revolucionario por proponer estudios universitarios gratuitos, un incremento de los impuestos a las rentas más altas (y también a las herencias y propietarios de grandes mansiones), la nacionalización de los ferrocarriles, el gas y la electricidad (la norma en muchos países de Europa y respaldada por la mayoría de votantes), la cancelación del programa Trident de misiles nucleares, una economía con más énfasis en las manufacturas que en los servicios, un plan masivo de inversión en infraestructura, vivienda y alta tecnología, la devolución de los derechos perdidos por los trabajadores, acabar con la venta de armas a Arabia Saudí, poner coto a la evasión fiscal de las grandes multinacionales o medidas serias para la protección del medio ambiente. Tampoco los miles de voluntarios (tanto jóvenes que nunca han votado como pensionistas castigados por la crisis) que se han apuntado a su campaña para repartir panfletos y contestar los teléfonos de la pequeña oficina del barrio de Euston que es su cuartel general, cedida por un sindicato.
“Lo sorprendente no es el renacimiento de la izquierda auténtica y la rapidez con que ha prendido el fenómeno Corbyn, sino que haya tardado tanto en producirse –señala el columnista y escritor Owen Jones–. Cierto que la situación en el Reino Unido no es tan desesperada como en Grecia o España, pero hay millones de personas, sobre todo jóvenes, que se sienten marginadas por el proceso político y piden a gritos un vehículo de expresión, como demostró el fenómeno Occupy (una
Ha implicado en su cruzada a jóvenes y pensionistas hartos de la política convencional Toda la clase dirigente (y sus aliados de la prensa) lo presentan como un peligro público
El neurocientífico Joan Comella dirige desde el 2009 el Vall d’Hebron Institut de Recerca (VHIR), que este año celebra su vigésimo aniversario.
De no haber sido investigador, ¿qué le hubiera gustado ser?
Ingeniero civil.
¿La cualidad que más aprecia en un científico?
La honradez y la sencillez.
¿La que más le disgusta?
El fraude.
¿El rasgo principal de su carácter?
Conciliador y constante.
¿Qué piensa que es cierto aunque no pueda probarlo?
Que la existencia de Dios es una necesidad del ser humano.
¿Qué idea desearía que se le hubiera ocurrido a usted?
La teoría de la evolución.
¿Qué descubrimiento desea
ver antes de morir?
Entender las causas de la enfermedad de Alzheimer y su tratamiento.
¿Qué necesita para concentrarse?
Silencio y soledad.
¿Qué actividad física práctica?
Running.
¿La comida que más le gusta?
La cocina de Lleida.
¿Su ocupación preferida cuando no le ocupa la ciencia?
La fotografía y, cuando podemos, también viajar.
¿Qué querría hacer mejor?
Todo es mejorable.
¿Cómo mantiene su cerebro en forma?
Usándolo todos los días.
¿Cómo le gusta relajarse?
Disfrutando de mi familia.
¿En qué momento del día se le ocurren las ideas?
Por la mañana.
¿Su mayor error?
No hay uno grande, hay muchos cada día.
¿Con qué personaje histórico le gustaría conversar?
Leonardo Da Vinci.
¿El descubrimiento que más admira?
El código genético.
¿Un lugar para vivir?
Barcelona. También Manhattan o Londres.
¿Un lugar para explorar?
El espacio.
¿Su música preferida?
La nueva música pop catalana que me contagian mis hijas adolescentes.
¿Un libro que le haya inspirado?
El Principito.
¿El maestro que más le ha marcado?
Jordi Molgó, mi tutor postdoctoral.
¿Un consejo a un joven científico?
Persiste, no te rindas.
¿Lo que más le fascina?
La complejidad de la vida.
¿Una frase para colgar en la pared?
El éxito es un 1% de inspiración y un 99% de transpiración (T.A. Edison).
¿Su fórmula, número o molécula preferida?
La proporción áurea (1,618).
¿Lo último que le ha maravillado?
La tierra y sus paisajes.
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