Más allá de los lazos de sangre
Es irremediable que el día del cumpleaños de alguno de mis dos hijos biológicos recuerde cómo llegaron a este mundo: los dolores, la bruja de la sanitaria que se negaba a ponerme la epidural, el esfuerzo animal, la primera vez que me pusieron a mis retoños encima. Y las lágrimas de alegría que me corrían sin parar...
Hasta que llegó el cumpleaños de mi pequeñajo, un morenazo de ojos enormes color almendra. A él, no podíamos contarle esas horas previas ni posteriores porque no estábamos en el paritorio. Fue entonces cuando fuimos conscientes de que él tenía una laguna en su biografía, a la que le faltaban unas caras (las de sus padres) y un relato (por favor, no juzguen a su progenitores, la vida para algunos es muy dura). Pero no estábamos dispuestos a hacer un drama, porque él tiene su historia, una preciosa historia de amor aunque le falten unos meses que no podemos llenar. A mi pequeño cuando llega su aniversario le contamos el día que fuimos a recogerle, cómo, al igual que con mis dos hijos anteriores, volví a llorar de alegría, la reacción de sus hermanos cuando fuimos a recogerlos al colegio...
No sé si nosotros somos una nueva familia. Me da igual. Hace mucho tiempo que no pongo etiquetas a nada. Lo que sí tenemos muy claro es que nuestra historia es la que es. Sobre todo la del pequeño. Sin dramas, sin penas, distinta a la de muchos e igual a la de otros muchos.
Seguimos a pies juntillas lo que nos dijo la asistente social que nos llevó el acogimiento: la clave es normalizar. Algo que los niños tienen muy claro y que, sin embargo, los adultos no. Somos nosotros los que ponemos las etiquetas, juzgamos, hablamos y chismorreamos haciendo que las circunstancias de unos se conviertan en anormales, cuan- do en esos hogares hay tanta normalidad o más que en los tradicionales. Porque el único lazo que une a una familia es el del amor, no el de la sangre. Mi hijo sabe cómo llegó a nuestra casa, sabe que yo soy su madre y que tiene otra, que por circunstancias de la vida, no pudo ocuparse de él, sabe que tiene otros hermanos y soy consciente de que algún día puede pedir conocerlos… Y ahí estaremos. Porque cuando decidimos ampliar la familia lo hicimos con todas las consecuencias, aceptando su pasado y afrontando su futuro. La construcción del árbol genealógico se lo dejamos a los pura sangre. Nosotros tenemos suficiente con intentar ser felices.