La Vanguardia (1ª edición)

Más allá de los lazos de sangre

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Es irremediab­le que el día del cumpleaños de alguno de mis dos hijos biológicos recuerde cómo llegaron a este mundo: los dolores, la bruja de la sanitaria que se negaba a ponerme la epidural, el esfuerzo animal, la primera vez que me pusieron a mis retoños encima. Y las lágrimas de alegría que me corrían sin parar...

Hasta que llegó el cumpleaños de mi pequeñajo, un morenazo de ojos enormes color almendra. A él, no podíamos contarle esas horas previas ni posteriore­s porque no estábamos en el paritorio. Fue entonces cuando fuimos consciente­s de que él tenía una laguna en su biografía, a la que le faltaban unas caras (las de sus padres) y un relato (por favor, no juzguen a su progenitor­es, la vida para algunos es muy dura). Pero no estábamos dispuestos a hacer un drama, porque él tiene su historia, una preciosa historia de amor aunque le falten unos meses que no podemos llenar. A mi pequeño cuando llega su aniversari­o le contamos el día que fuimos a recogerle, cómo, al igual que con mis dos hijos anteriores, volví a llorar de alegría, la reacción de sus hermanos cuando fuimos a recogerlos al colegio...

No sé si nosotros somos una nueva familia. Me da igual. Hace mucho tiempo que no pongo etiquetas a nada. Lo que sí tenemos muy claro es que nuestra historia es la que es. Sobre todo la del pequeño. Sin dramas, sin penas, distinta a la de muchos e igual a la de otros muchos.

Seguimos a pies juntillas lo que nos dijo la asistente social que nos llevó el acogimient­o: la clave es normalizar. Algo que los niños tienen muy claro y que, sin embargo, los adultos no. Somos nosotros los que ponemos las etiquetas, juzgamos, hablamos y chismorrea­mos haciendo que las circunstan­cias de unos se conviertan en anormales, cuan- do en esos hogares hay tanta normalidad o más que en los tradiciona­les. Porque el único lazo que une a una familia es el del amor, no el de la sangre. Mi hijo sabe cómo llegó a nuestra casa, sabe que yo soy su madre y que tiene otra, que por circunstan­cias de la vida, no pudo ocuparse de él, sabe que tiene otros hermanos y soy consciente de que algún día puede pedir conocerlos… Y ahí estaremos. Porque cuando decidimos ampliar la familia lo hicimos con todas las consecuenc­ias, aceptando su pasado y afrontando su futuro. La construcci­ón del árbol genealógic­o se lo dejamos a los pura sangre. Nosotros tenemos suficiente con intentar ser felices.

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