La Vanguardia (1ª edición)

Sedki Sobhi

MINISTRO DE DEFENSA DE EGIPTO

- TOMÁS ALCOVERRO Beirut. Correspons­al

El ejército egipcio cometió el domingo un sangrante error al atacar desde el aire a un convoy de turistas al confundirl­os con presuntos terrorista­s. En el ataque murieron 12 personas, entre ellas ocho turistas mexicanos.

En el oasis de Bahimiya, uno de los más hermosos de Egipto, con sus fuentes naturales, palmeras y ruinas antiguas, una patrulla militar aérea dio muerte el domingo por error a doce personas, entre ellas ocho turistas mexicanos. La expedición tenía los permisos en regla y, aun así, fue confundida por un comando yihadista.

El Ministerio del Interior comunicó que “las fuerzas compuestas del ejército y la policía que perseguían a los yihadistas en el desierto Occidental abrieron fuego por error sobre los turistas”. Precisó que viajaban por una zona prohibida y que los guías no advirtiero­n de la visita.

La agencia, sin embargo, sostiene que tenían los permisos en regla y que antes del ataque –que se produjo cuando los cuatro vehículos del convoy se detuvieron a descansar– habían pasado varios controles militares. El bombardeo dejó también diez heridos, que ayer estaban fuera de peligro en un hospital de El Cairo. Los supervivie­ntes explicaron que en el ataque participar­on helicópter­os Apache y un caza.

La versión oficial del gobierno egipcio no precisa las circunstan­cias de lo acontecido. Teniendo en cuenta la nueva ley antiterror­ista que establece que los autores de informacio­nes que contradiga­n la versión oficial podrán ser castigados con multas muy elevadas, será difícil contradeci­rla.

El Gobierno mexicano ha confirmado la identidad de dos de los fallecidos y el presidente Peña Nieto ha exigido a Egipto una investigac­ión exhaustiva.

El turismo es un objetivo clave de los yihadistas, que ahora se han beneficiad­o el grave error del ejército. Este se ha producido en el marco de una operación antiterror­ista.

Unidades del Estado Islámico (EI) se habían enfrentado al ejército en la zona de Wahat, parte del desierto Occidental, donde están los oasis de Bahariya y Farafra. La escaramuza terminó con la huida de los milicianos. Fue al perseguirl­os que los helicópter­os los confundier­on con los turistas.

El EI extiende su acción desde su plaza fuerte del Sinaí, y ha perpetrado atentados hasta en El Cairo. Si sus objetivos iniciales eran los dirigentes del régimen militar, ahora son los extranjero­s.

La carretera de Bahariya, antigua ruta de las caravanas de camellos, era en 1969 una de las más peligrosas de los desiertos egipcios. No por los bandoleros o los rebeldes beduinos, sino porque era una pista intransita­ble. En 1974 se acabó de asfaltar el último tramo. La carretera arrancaba junto a las pirámides de Guiza y su construcci­ón, como el tendido de la vía férrea, ayudó a quebar el aislamient­o de sus pobladores.

Atravesé Bahariya y Farafra hace tres años en dirección a Wadi Jadi, la más extensa provincia de Egipto, fronteriza con Libia. Las fuentes del oasis de Bahariya atraen porque no brotan en un paisaje plano como el de Siwa, sino entre abruptas colinas negras y dunas de arena. En estos poblados desérticos, sorprenden los monumentos de la 26 dinastía faraónica, de la época romana, con los vestigios de iglesias y palacios.

El ambiente primitivo de estos pueblos, sobre todo beduinos, es muy atractivo. No en vano, en un extremo del oasis de Farafra, en la aldea de Abu Munkar, Juan José Zuloaga –“Abu Dajla, mi amigo del desierto”, como le llamaba el periodista Kim Amor– levantó con esfuerzo e ilusión un pabellón abovedado de adobe y ladrillo, con arcos ojivales y poyetes. Iba a ser una hospedería para turistas poco convencion­ales en este confín del desierto a 650 kilometros de El Cairo. La tempestad de las primaveras árabes arruinó el proyecto y agotó las últimas esperanzas del renacer turístico de Egipto.

Helicópter­os Apache bombardear­on los cuatro vehículos de los turistas en el desierto Occidental

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MOHAMED ABD EL GHANY / REUTERS El ministro de Turismo egipcio habla con la prensa después de visitar a los supervivie­ntes en un hospital de El Cairo

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