La inspiración frenética
Antes de que Mercader le machacara la cabeza en México, Trotski dejó escrito que “la revolución es la inspiración frenética de la historia”. Y, ciertamente, los trotskos de mi juventud universitaria eran los más frenéticos. Casi todos los cócteles molotov que flameaban en el asfalto de la Barcelona franquista habían sido lanzados por los intrépidos troskistas de la Liga, que eran también los más intrépidos seguidores de Marcuse, el padre de la izquierda bohemia. Marcuse invitaba a combinar la revolución social (Marx) con la de las sábanas (Freud). Los troskistas de mi juventud tuvieron más éxito con las sábanas pero, a pesar de tan imbatible tarjeta de presentación, hemos oído hablar poco de ellos durante décadas. Resucitaron con los indignados y, fieles a su táctica del entrismo, ahora destacan en Podemos y en las plataformas de la izquierda alternativa. Uno de ellos encabeza la lista de Catalunya sí que es pot. Lluís Rabell ha vivido mucho (no sabemos si siguiendo las tesis de Marcuse), pero actúa en campaña como los trotskos de las viejas asambleas, que, una vez tomaban la palabra, conseguían, sin proponérselo, dormir al personal (lo despertaban fácilmente con sus promesas de sábanas y molotovs). Cerrando un círculo que comenzó en la frenética juventud, Rabell predica una revolución risueña, descamisada, gozosa, permanente. La nueva izquierda rompe el paréntesis en el que la socialdemocracia colocó al marxismo. Regresan los setenta no sabemos si en forma de vintage. Lo que, parodiando a Monterroso, sí sabemos es que “Cuando el país se indignó, el dinosaurio Rabell todavía estaba allí”.