El sentido de la responsabilidad
Algunas nos encomendaríamos al Santo Job para superar con éxito la adolescencia de los hijos. O mucho me equivoco o no hay fórmulas mágicas y cada cual hace lo que buenamente puede. Pero ¿es suficiente?
Los científicos dicen que esas criaturas que andan por casa con risa tonta y llanto fácil, granos en la cara y un humor de perros sólo a ratos duermen poco y mal, y elevan su mal dormir a la categoría de problema serio. Que empiecen las clases a las ocho equivale a que un adulto hecho y derecho esté a punto de revista en la oficina a las 4.30 h de la madrugada...
Hay que plantear la cuestión en términos de urgencia. No es que los chavales a las ocho de la mañana no den pie con bola en clase –hablando claro, se duermen en el pupitre– sino que esta carencia de sueño provoca alteraciones en su estado de ánimo, su comportamiento y su rendimiento. Convendría abrir este debate ya, aunque no encaje ni en la pauta que siguen muchos claustros de profesores ni tampoco en la de muchos padres.
Punto uno. Pregúntese si los horarios de sus hijos adolescentes son los mejores posibles para ellos o acaso lo son para usted, que es su madre o su padre. Abogar por un cambio cultural de hábitos horarios no quita que abramos una reflexión sobre qué es lo mejor para ellos.
Punto dos. No les culpabilicemos: la alteración del sueño en la adolescencia es una cuestión biológica, no un componente imperdonable de pereza o desidia.
Y punto tres. No por retrasar una hora su entrada al instituto se convertirán en gente laxa y amuermada, sujetos con el concepto de la prisa descabalado o tontainas sin sentido de la responsabilidad. Serán personas más despiertas. A usted quizá se le desencajen algunas piezas del puzzle familiar, pero nadie ha dicho que ejercer de padres iba a ser fácil.