La Vanguardia (1ª edición)

Madrid y el cotidiano paripé

El nuevo gobierno municipal de la capital española no ha variado la política de los últimos tiempos contra los manteros, que busca el equilibrio entre la obligada represión y cierta tolerancia

- FERNANDO GARCÍA

Son las dos de la tarde en punto del jueves 10 de septiembre. En la esquina posterior de la Fnac de Preciados, una de las calles más transitada­s de España, una docena de subsaharia­nos terminan de desplegar sus mantas llenas de baratijas de marca falsa. Acaban de llegar y ya están cerrando ventas a la par que controlan el coche patrulla situado junto a la plaza de Callao, cien metros calle arriba. Tan pronto como a las 14.04 horas, otro coche y dos motos policiales como surgidos de la nada se acercan por donde menos los esperaba uno (no ellos, que se saben todo esto): por abajo y por un lado. En un pispás, los vendedores cierran las mantas tirando de los cuatro cabos que las sujetan por las esquinas y, sin correr aunque a buen paso, emprenden una civilizada huida hacia Gran Vía.

La guerra de la ciudad de Madrid contra los manteros es en general lo más parecido a un paripé, según lo que cuentan las partes implicadas y cualquiera puede verificar sobre el terreno. El nuevo gobierno municipal de Manuela Carmena no ha variado la política y la estrategia policial al respecto, si bien un portavoz autorizado declara el propósito de prestar más atención a la vertiente “social” del asunto, sin más detalles.

Antes de poner pies en polvorosa, uno de los manteros de Preciados atrae la atención del paseante periodista con su oferta de estupendas zapatillas deportivas Nike Air en distintos colores y tallas. ¿Auténticas? “No, imitación”, confiesa. ¿Precio? “Treinta… Pero te las podría dejar en 25”.

La conversaci­ón se ensancha cuando el paseante pregunta al mantero si está nervioso por la cercana presencia de la policía. Él asegura que no son nervios sino simple atención. Afirma que siempre es lo mismo, que él y su gente apenas pueden trabajar 15 o 20 minutos antes de que los echen de cada rincón. Dice comprender las quejas de los comerciant­es, pero añade que a él y a sus compañeros no les queda otro remedio que hacer esto. “No tenemos otra cosa para ganarnos la vida”, aduce sin alterarse. Lleva dos años en Madrid. Es de Dakar, Senegal. Tiene 35 años y está casado, sin hijos, pero la mujer de quedó en su país.

Sin dar el nombre, pues no tiene papeles y no quiere exponerse, el mantero tampoco se inmuta, e incluso sonríe, al indicar que ni siquiera recuerda de las veces que la han multado, detenido, requisado la mercancía o las tres cosas. Sólo tiene grabadas las dos ocasiones en que le llevaron a juicio y le impusieron sendas sanciones de 1.400 y 1.150 euros por vender género falsificad­o. “Todavía no he terminado de pagar”, señala.

El diálogo se interrumpe –lo justo para que nuestro mantero y sus colegas recojan sus mercancías– ante la poco sorpresiva visita de la policía municipal. El ritual es tan rutinario que, después de un minuto de callejeo a paso ligero hacia la Gran Vía, queda tiempo y ocasión para cruzar unas últimas frases. El vendedor explica que se aprovision­a por su cuenta y no depende de ningún mafioso. “Entre los que estamos aquí no hay de eso. Lo que vendemos es para nosotros”, jura. ¿Y a quién compra él sus zapatillas de imitación? “¡Pues a quién va a ser! ¡A los chinos!”, exclama como si el paseante viviera en Marte. Y él y sus compadres siguen su camino. Un coche patrulla les sigue a distancia. Hasta que el grupo aprovecha una calle peatonal para perderse de vista. Los agentes no hacen ni ademán de insistir en el seguimient­o.

Ni la escena ni los personajes son extraordin­arios. La estrategia del gato y el ratón es el pan de cada día entre manteros y policías en Madrid. Al menos durante el horario comercial. Porque, en cuanto la tienda de horario más amplio de la zona cierra sus puertas, decenas de vendedores africanos se instalan en plena Puerta del Sol. Dicen los comerciant­es de Preciados que entonces, a partir de las diez de la noche, se monta en esa plaza “el otro Corte Inglés”. Pero la humorada no significa que los vendedores legales se tomen el problema a risa. Están que trinan, como de vez en cuando hacen saber públicamen­te. Si hacen mucho ruido, ta vez la policía sube la presión momentánea y localmente. Hasta que pasan unos días y todo retorna a la normalidad: es decir, al cotidiano paripé.

Llega la policía, los manteros recogen y, sin correr aunque a buen paso, emprenden una civilizada ‘huida’

 ?? DANI DUCH ?? Venta ambulante ilegal en la carrera de San Jerónimo, en Madrid
DANI DUCH Venta ambulante ilegal en la carrera de San Jerónimo, en Madrid

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain