Viejos gruñones
Cuando yo tenía 18 años y escuchaba la música de los Beatles o de Creedence Clearwater Revival, la gente mayor se quejaba del excesivo ruido que hacían aquellos jóvenes alborotados. Ahora tengo sesenta y cuando escucho la música que se hace hoy, me pasa lo mismo que a los viejos de mi juventud: me molesta el ruido. Curiosamente, un muchacho recién salido de la adolescencia, el otro día me decía que las canciones de los Beatles y los Creedence eran amuermadas y le provocaban sueño.
Dicen que con el paso de los años las personas nos volvemos gruñonas e intolerantes. No sé si esta lacra es ley universal o no; pero constato con cierta pena que por el camino voy perdiendo chispas de aquel humor desenfadado que me acompañaba en la primavera de la vida. Y me doy cuenta de que lo que experimento en carne propia, desde molestias del espíritu hasta enfermedades de la edad, también lo sufren buena parte de mis coetáneos amigos, conocidos y saludados.
Por más que intento evitarlo, me irritan los gritos y los alaridos grupales de los adolescentes, el bramido de las motos que pasan por la calle, el volumen del televisor de casa cuando los niños miran Súper 3, la música de fondo (en primer término) que suena en algunos bares, el palique absurdo de los humanos que vociferan con el móvil enganchado a la boca,
Jaume Sisa dice que “la primera condición para ser joven es que tengas muchos años”
el asqueroso guirigay de algunos tertulianos mediáticos, o los ladridos descontrolados de decenas de perros histéricos que se pasan el día incordiando. Soy consciente de que algunos ruidos son inevitables, como el griterío de los niños cuando juegan, o el alboroto de los devotos culés cuando Messi marca un gol. Pero me cuesta aguantar.
En el recomendable libro del periodista Donat Putx titulado Jaume Sisa, el comptador d’estrelles, hay una perla del cantautor galáctico que dice: “La primera condición para ser joven de verdad es que tengas muchos años. Ser joven a los veinte o a los treinta años no tiene ningún mérito. En cambio, a partir de los sesenta, el mérito es total, porque te lo tienes que ganar, debes esforzarte y trabajar. (...) A la edad que yo tengo, vivir representa un esfuerzo que antes no necesitaba hacer. Y así es como puedo llegar a conquistar cosas como la juventud o la inocencia”.
Desde hace años, Sisa viene lanzando clarividentes proclamas filosóficas que ayudan a transitar por este berenjenal. En una de ellas nos recomienda reencontrar al niño que llevamos dentro. Pero más que reivindicar la infancia, el sabio del Poble Sec nos propone recuperar la experiencia de vivir a caballo del presente, sin obsesionarnos con el pasado o con el futuro. La inocencia –sin connotaciones jurídicas de ausencia de culpabilidad– ni entendida como una estupidezes un hito irrenunciable. Yo también quiero volver a ser niño, aunque para conseguirlo tenga que trabajar mucho.