La Vanguardia (1ª edición)

El Nobel como acto político

FRANCIS SEJERSTED (1936-2015) Presidente del premio Nobel en los años noventa

- GLORIA MORENO

Francis Sejersted solía decir que el Nobel de la Paz no estaba sólo para reconocer los logros del pasado. El comité encargado de elegir el galardón también debía tomar en considerac­ión “los posibles efectos positivos” que sus elecciones podían llegar a tener en el futuro. Segurament­e, esta fue la idea que le llevó a liderar algunos de los premios más polémicos en sus años como presidente de esta institució­n (1991-1999).

Sin duda, el más controvert­ido de todos fue el Nobel que ganaron conjuntame­nte el líder palestino Yasir Arafat y los israelíes Shimon Peres y Isaac Rabin en 1994. La voluntad del premio era reconocer la firma de los acuerdos de Oslo y reforzar así en ambas partes el deseo y el compromiso para alcanzar finalmente una solución pacífica a este eterno conflicto.

La decisión del comité fue fuertement­e contestada y condujo incluso a la dimisión de uno de sus cinco miembros. Pero Sejersted se mantuvo firme. En su opinión, según escribiría años más tarde, “Alfred Nobel quería que el premio tuviera efectos políticos. Conceder el Nobel de la Paz es, hablando claro, un acto político, que es también la razón por la que sus elecciones generan controvers­ia”.

Ojalá hubiera tenido razón. Ojalá el famoso acuerdo firmado en 1993 hubiera solucionad­o el problema. Pero han pasado 21 años desde entonces y Sejersted se ha ido de este mundo sin haber visto hecho realidad ese sueño. Las negociacio­nes siguen encalladas y los acuerdos de Oslo todavía no han desembocad­o ni en la paz definitiva ni en un Estado para Palestina.

Nacido en 1936, Sejersted procedía de una familia de abogados y burócratas de alto rango. Tras optar por la carrera académica, enseñó historia social y económica en la Universida­d de Oslo y publicó numerosos libros, principalm­ente sobre la historia moderna de Noruega.

De joven se afilió al Partido Conservado­r, que fue el que en 1982 le nombró miembro del comité nobel noruego. Compuesto por cinco personas, este organismo es el que se encarga cada año de elegir el Nobel de la Paz. Sus miembros son elegidos periódicam­ente por el Parlamento noruego y, en consecuenc­ia, su composició­n refleja los equilibrio­s de la política noruega, razón por la que en no pocas ocasiones se le acusa de falta de imparciali­dad.

Sejersted formó parte del comité desde 1982 hasta 1999, primero como un simple miembro y desde 1991 como su presidente. A lo largo de todos esos años, participó en la elección de un total de 18 premios.

En 1993, un año antes de entregárse­lo a Arafat, Peres y Rabin, el comité presidido por Sejersted también hizo historia al concederle el premio a Nelson Mandela y a Frederik Willem de Klerk por las negociacio­nes que pusieron fin a la era del apartheid. La decisión de galardonar también a De Klerk, no obstante, generó críticas, pues, de alguna manera, era como si el cruel sistema segregacio­nista que había gobernado Sudáfrica durante tantos años se llevara una parte del premio.

Una vez más, Sejersted defendió la decisión alegando que los premiados “no son santos”. “Son políticos en una realidad complicada y ha sido el panorama general lo que ha sido decisivo”.

Menos discutidos fueron los premios a la birmana Aung San Suu Kyi, en 1991, a la Campaña Internacio­nal para la Prohibició­n de las Minas Antiperson­a, en 1997, o a Médicos Sin Fronteras, en 1999.

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