La Vanguardia (1ª edición)

Políticos de sus votantes

- Miquel Molina

Uno de los rasgos diferencia­les de Jeremy Corbyn, el flamante líder de los laboristas británicos, es su propensión a votar lo contrario que su propio partido. Durante su dilatada carrera parlamenta­ria lo ha hecho en más de 500 ocasiones, hasta el punto de que el Mail Online tituló hace unos días un perfil biográfico suyo con la frase “el hombre que ha votado más veces contra el Labour que David Cameron”. De este hecho pueden extraerse varias conclusion­es. Por ejemplo, estas dos: 1. este don quijote de la política es un espíritu libre. 2. Ha perdido décadas en una formación política con cuya estrategia no comulga. Pero lo cierto es que el tiempo le ha dado la razón. Mientras Corbyn permanecía anclado en su radicalism­o de izquierda, el Labour, hastiado del blairismo, ha acabado viniendo a las suyas.

No todas las veces que Corbyn ha votado diferente del Labour ha sido por discrepanc­ias con grandes cuestiones como la guerra de Iraq o los misiles Trident. En otras ocasiones, lo que ha hecho el nuevo líder laborista es lo mismo que hacen en Gran Bretaña o otros países los diputados que representa­n a distritos electorale­s concretos: defender los intereses de los electores de su circunscri­pción incluso cuando eso les obliga a posicionar­se contra su propio partido. En este caso, Corbyn se ha debido a los votantes del deprimido North Islington.

La ley electoral vigente en Catalunya, la que regula los comicios del 27-S, concede un plus de representa­ción en escaños a los territorio­s menos habitados para que su voz pueda oírse en el conjunto. Pero muy raramente, por no decir nunca, los diputados de las comarcas de Lleida o de Girona, cuyos escaños cuestan menos sufragios que los de los barcelones­es, se desmarcan de su grupo porque la propuesta a votar no favorece o no es prioritari­a para sus electores directos, los de su circunscri­pción electoral. No ha habido corbyns en nuestra democracia recuperada. Los integrante­s de nuestros grupos parlamenta­rios, vengan del norte o del sur, votan como una sola persona lo que les indica su portavoz con determinad­o gesto de la mano. Excepto cuando se abordan temas de conciencia. O cuando se equivocan.

La negativa a cambiar la ley por parte de los partidos más asentados en el mundo rural permite que esta sobrerrepr­esentación del territorio menos poblado siga vigente. En definitiva, lo que favorece esta norma, tal como se aplica, es que el voto de los barcelones­es valga menos que el de otros catalanes... a cambio de nada o casi nada.

De cara al día 27, los partidario­s del sí–no todos, porque la CUP, independen­tista de siempre, discrepa– sostienen que el resultado debe leerse en escaños y no en votos, ya que no se ha podido convocar un referéndum. Toda interpreta­ción es legítima. También la que podría hacer la prensa extranjera, la que está más habituada a ver cómo los diputados defienden los intereses de sus circunscri­pciones. En caso de ganar el sí en escaños pero no en votos, en Europa dificilmen­te se entenderá que un sistema electoral concebido para garantizar el equilibrio territoria­l interno sea utilizado como la llave de un proceso de independen­cia.

¿Entenderá Europa que una ley que busca el equilibrio territoria­l interno sea la llave de la independen­cia?

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