La plaza pública virtual
LEO en el último libro del profesor Francesc Torralba ( Quanta transparència podem digerir?) que la exposición pública y diáfana de sentimientos, emociones, dramas personales, conflictos interiores, traiciones, manías, deseos y obsesiones que contemplamos en la gran plaza virtual que es internet conduce a una sociedad pornográfica, que es el clímax de la cultura de la exhibición. En efecto, nos toca vivir un tiempo en que la gente ha perdido el pudor y el personal se desnuda física y –lo que es más preocupante– psicológicamente en la red.
El filósofo coreano Byung-Chul Han –citado en el libro– lo atribuye al capitalismo, porque asegura que agudiza el proceso pornográfico de la sociedad, en la medida que lo expone todo como mercancía y lo entrega a la hipervisibilidad. Pero más allá de que la democracia liberal puede favorecer esta actitud, no es menos cierto que la responsabilidad habría que atribuirla a la tecnología (amenaza con convertirse en una ideología por la fugacidad que engendra en sí misma), que ha desarrollado las comunicaciones hasta el punto de facilitar constantemente todo tipo de intercambios, imponiendo la civilización del exhibicionismo (del espectáculo, la llaman algunos). Facebook, con 1.650 millones de usuarios (la cuarta parte de los habitantes de la Tierra); Twitter, con 560 millones, o Instagram, con 300 millones, son la demostración de que la gente siente la íntima necesidad de mostrarse públicamente. Entre los vídeos más viralizados de las últimas horas figura uno de un tipo que se filmó en la cama con veinte mujeres desnudas y otro de un personaje televisivo que colgó en YouTube la petición de matrimonio a su pareja.
Tiene toda la razón del mundo Torralba cuando dice que ha llegado el momento de reivindicar el valor del secreto y de la confidencialidad. El problema será ponerlo de moda. Y, si se consigue, evitar que alguien se invente una red social de secretos y confidencias.