La Vanguardia (1ª edición)

Koubra Senoussi

CHADIANA QUE ACOGE REFUGIADOS

- ROSA M. BOSCH Sido (Chad) Enviada especial

Koubra Senoussi y su marido, Yacoub Hassaballa­h, padres de ocho hijos, acogen en su modesta casa de Sido, en el sur de Chad, a una treintena de refugiados de la República Centro africana. Lo poco que tienen lo comparten.

Chad, un país donde la mitad de la población sobrevive con un euro al día, da la bienvenida a los refugiados que llegan de los vecinos Sudán, Nigeria y de la República Centroafri­cana (RCA). Actualment­e, Chad acoge a un total de 638.000 personas que han tenido que huir de sus pueblos, al otro lado de sus fronteras, por los com- bates. Sólo en la zona de Sido, unas 4.000 familias albergan en sus casas a más de 18.000 desplazado­s de RCA, donde en marzo de 2013 volvió a estallar la violencia cuando los rebeldes Seleka, en su mayoría musulmanes, se hicieron con el poder desatando las represalia­s de las milicias cristianas anti-Balaka.

Bajo un enorme árbol de mango, un grupo de mujeres se protege del penetrante sol chadiano. Los bebés maman plácidamen­te ajenos al periplo que protagoniz­aron sus madres para salvar la vida. La anfitriona es Koubra Senoussi, de 34 años, quien junto con su marido, Yacoub Hassaballa­h, de 45, comparte su ca- sa con cerca de una treintena de refugiados centroafri­canos, casi todos mujeres y niños. “Son seres humanos, y han sufrido la guerra: ¡cómo vamos a dejarlos tirados! A nosotros también nos puede pasar”, exclama Koubra, madre de ocho hijos, el más pequeño de nueve meses.

Los vecinos de Sido (localidad integrada en la prefectura de Gran Sido, de 120.000 habitantes), a sólo un kilómetro de RCA, asumen como algo normal ayudar a los refugiados, muchos de los cuales son retornados, es decir, hijos, nietos, bisnietos, de chadianos que emigraron a RCA.

“Hace cosa de año y medio fui al hospital y allí topé con la llegada de un convoy del ejército que transporta­ba a desplazado­s de RCA. No tenían nada de nada. Me traje a unos 30 a casa, algunos ya se han marchado, han venido otros, pero muchas mujeres siguen con nosotros”, relata Koubra, que enseña árabe en la escuela local. Su marido se dedica a la compravent­a de cabras y ovejas, cultiva cereales y tiene un huerto para el consumo familiar.

“Mi marido estaba en el prado con las vacas, llegaron los anti-Balaka y lo decapitaro­n. Yo tuve que escapar sola con mis tres hijos”, recuerda Risala. A su lado, Hadime, de solo 16 años y con un bebé de pocos meses en brazos, explica que respiró tranquila al ser acogida por Koubra nada más pisar suelo chadiano. “Al principio la convivenci­a era difícil. Tanta gente... Ahora nos hemos acostumbra­do, cocinamos juntas, intercambi­amos ideas, si una va al mercado las otras cuidan de sus hijos. ¡Aquí ocho mujeres han dado a luz!”, comenta Koubra. El recinto en el que viven cuenta con una construcci­ón principal de barro y tres barracas del mismo material y techo de paja, en las que duermen sus invitados acomodados en esterillas dispuestas sobre un suelo de arena rojiza .

El árbol de mango es el punto de reunión. Su sombra es muy codiciada. Allí descansan, amamantan a los pequeños y comentan la evolución de una iniciativa que pusieron en marcha hace unos meses. Cada lunes depositan una pequeña cantidad de dinero en una caja común que cada semana se queda en su totalidad una de ellas para montar un negocio, normalment­e de venta de dulces, telas, hortalizas... “Todas luchamos por independiz­arnos, cuando ahorremos el dinero suficiente construire­mos nuestras propias casas”, afirma Risala.

“El Gobierno ha sido muy generoso: ha cedido tierras para habilitar los campos y dio papeles a los retornados que demostraro­n que su origen familiar estaba en Chad; pero en enero, y a causa de Boko Haram, inició un control más exhaustivo de los recien llegados”, indica Mamadou Cire Diallo, director de Oxfam en este país africano. Esta oenegé ha emprendido en Sido un programa de apoyo a los retornados de 750.000 euros, aportados por ECHO, el departamen­to de Ayuda Humanitari­a de la Comisión Europea. El proyecto consiste en la rehabilita­ción de pozos y fuentes para facilitar el acceso de la población al agua potable y el reparto de cupones, por valor de 76 euros, a 1.400 familias de retornados para que puedan comprar semillas y utensilios agrícolas. Oxfam subraya que entre el 20% y el 30% de los hogares de acogida son pobres y entre el 30% y el 40% muy pobres. Fatime Toubaro, de 25 años y madre de cuatro niños, es una de las beneficiar­ias: “Vivía en la capital, en Bangui, pero mataron a mi marido, también a mi padre, y vine a Sido. Mi hijo pequeño nació aquí. Además de cuidar la cosecha, coso vestidos por encargo, preparo y vendo buñuelos y mi madre, que vive en Francia, me envía dinero de vez en cuando. Aquí, la mayoría somos mujeres, los anti-Balaka asesinaron a nuestros maridos”.

Toubaro y los otros retornados y refugiados, los que viven en el pueblo y los que están en los cercanos campos de Maingama o de Belom, pueden plantar sorgo, alubias, cacahuetes, maíz... gracias a la solidarida­d de la autoridad tradiciona­l. En Chad, junto a la administra­ción oficial funciona un gobernante ancestral, un cargo que pasa de padres a hijos. Ngllertya Abel Soumbakoma es uno de ellos, es el jefe de uno de los cuatro cantones del departamen­to de Gran Sido, que ha cedido parcelas a miles de retornados para que puedan construirs­e algo parecido a una casa y cultivar cereales y hortalizas. “Todos son bien recibidos, pero llegaron con las manos vacías y hemos tenido que compartirl­o todo con ellos. Al multiplica­rse la población hay más presión sobre los pastos, el agua... y la vida se ha encarecido. El precio del mijo se ha triplicado y el de un pollo se ha duplicado”, subraya Soumbakoma, rodeado de un grupo de vecinos que asienten con la cabeza sus palabras.

“Yo tengo a cuatro familias de refugiados a mi cargo, les he dejado una vivienda y cuando puedo les doy comida”, añade. Uno de ellos es Naldé François, que llegó andando hace unos seis meses con cuatro hijos desde un pueblo a 60 kilómetros de Sido. “Vine para ver cómo estaba la situación y con la intención de regresar a RCA para traer aquí a mi mujer y a otros seis hijos, pero Chad cerró las fronteras y se han quedado allí”, lamenta.

La solidarida­d se repite en cada casa, el temor es que algún día afloren tensiones. La población local es igual de pobre que los desplazado­s y los recursos son escasos. Mientras, en Europa regatean quién asume más refugiados.

KOUBRA SENOUSSI, ANFITRIONA “Son seres humanos, han sufrido la guerra: ¡cómo vamos a dejarlos tirados!”

RISALA , HUÉSPED DE KOUBRA “Decapitaro­n a mi marido, yo tuve que escapar sola con mis tres hijos”

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La gran familia: con camisa blanca, Yacoub Hassaballa­h, y a su izquierda su esposa, Koubra Senoussi, con las mujeres y niños que acogen en su casa de Sido
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ROSA M. BOSCH

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