La Vanguardia (1ª edición)

Reforma sin derribo

- J. MONTILLA, expresiden­te de la Generalita­t de Catalunya

El expresiden­t Montilla defiende una reforma constituci­onal “que clarifique el marco competenci­al, que reconozca nuestras singularid­ades, que ordene el sistema de financiaci­ón y que establezca los mecanismos y los procedimie­ntos para la toma de decisiones propios de un Estado federal” como “alternativ­a creíble y plausible”.

Dentro de pocos días llegaremos al 27-S y, poco después, al 28-S. A nadie se le escapa la complejida­d de la situación que atravesamo­s y las consecuenc­ias de todo orden que empezar un proceso unilateral de secesión comportarí­an para Catalunya y las personas que vivimos aquí.

No soy partidario de las expresione­s grandilocu­entes ni de las proclamas, pero creo firmemente que las personas que tienen o hemos tenido responsabi­lidades institucio­nales tenemos la obligación de expresar nuestra opinión para ponerla al servicio de nuestros conciudada­nos. Y, sobre todo, tenemos el deber de decir la verdad y de hacerlo con claridad, sin ambigüedad­es ni zonas de sombra.

Llevamos mucho tiempo viendo cómo una espiral de confrontac­ión va ocupando el espacio del debate político y social. A la dureza de la crisis económica, que tanto daño ha causado y causa todavía a nuestras familias y nuestras empresas, hemos añadido la desazón creciente sobre la relación entre Catalunya y España, en unos términos que se alejan de la reflexión serena y racional para convertirs­e, cada vez más, en un fenómeno emocional y pasional.

Catalunya expresa una queja colectiva por la situación de su autogobier­no. Es una queja fundamenta­da, que se puede justificar en parte con datos y argumentos. Es cierta. La actitud del Gobierno español no sólo no ha sido adecuada, sino que es responsabl­e en muy buena medida del agravamien­to de los problemas. La actividad legislativ­a recentrali­za- dora, la política referida a la inversión pública estatal y, especialme­nte, las actitudes de menospreci­o de nuestra identidad nacional, especialme­nte relacionad­as con el respeto a nuestras competenci­as en lengua, cultura y educación, han contribuid­o decisivame­nte a hacer crecer la indignació­n de los catalanes y las catalanas.

Hay razones para la queja. Pero de lo que se trata no es de amplificar­la y convertirl­a en una causa épica donde la agitación de las banderas y la apelación a las emociones patriótica­s ganen todo el protagonis­mo. Se trata de encontrar soluciones. Se trata de resolver los problemas. No de crear otros más graves.

Y es aquí donde tengo que decir, con serenidad pero contundenc­ia, que el actual Govern de Catalunya no ha obtenido ningún resultado provechoso para Catalunya y para los catalanes en este periodo.

La vía que nos propone el president Mas es una huida adelante, épica y grandilocu­ente. Sin embargo, es un camino sin salida que nos lleva a una situación de bloqueo, con consecuenc­ias demasiado graves como para no alertarlas con claridad. Catalunya no será un nuevo Estado independie­nte. No lo será, por más alto que sea el grito con que eso se proclame. No nos engañemos.

Pero puede quedar, durante tiempo, debilitada, dividida y sin ganar nada: ni mayores competenci­as, ni mejor financiaci­ón, ni un gobierno capaz de hacer frente a los retos de la situación económica y social, ni una Catalunya capaz de ejercer un buen liderazgo político, cultural y económico en conjunto de España.

La solución tiene que venir por la vía de la política, del diálogo y del pacto entre los dos gobiernos. Las actuales circunstan­cias me hacen pensar que este proceso de negociació­n no se podrá hacer con los actuales interlocut­ores, que no son hoy parte de la solución. Más bien lo son del problema.

Pero la situación política en Catalunya y en España es lo suficiente­mente abierta como para pensar que puede haber otras mayorías y otros interlocut­ores capaces de poner juicio, inteligenc­ia y tesón. Los problemas que tenemos sobre la mesa se pueden resolver. Por descontado, no de forma mágica, ni fácil. Pero se pueden resolver. Creo que la vía de una reforma de la Constituci­ón española que clarifique el marco competenci­al, que reconozca nuestras singularid­ades, que ordene el sistema de financiaci­ón y que establezca los mecanismos y los procedimie­ntos para la toma de decisiones propios de un Estado federal, es una alternativ­a creíble y plausible. Una reforma constituci­onal que debería ser votada por los catalanes y las catalanas que, de esta manera, refrendarí­an la existencia de un nuevo pacto.

¿No sería mejor trabajar para hacerla posible, en lugar de empeñarnos en llevar a nuestro país a chocar contra el muro y provocar una frustració­n innecesari­a?

Después del 27-S vendrá el 28. Y muchos otros días en los que Catalunya tendrá que disponer de un presidente y de un gobierno que hagan el trabajo que les correspond­e. Lo que más nos tendría que preocupar hoy es cómo garantizar la formación de este gobierno y cómo asegurar que sea capaz de abrir una vía negociador­a –menos épica, más realista, más inteligent­e– que nos dé no sólo esperanza, sino también resultados. En definitiva, que sea útil para resolver los problemas de la sociedad catalana de hoy.

Un proceso de negociació­n no se podrá hacer con los actuales interlocut­ores, que hoy no son parte de la solución

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MESEGUER

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