La Vanguardia (1ª edición)

‘ Decidir es equivocars­e (o no)

¿Que cometemos un error? Nos refugiamos en la cínica expresión “pasar página”

- Sergi Pàmies COACHING’ ELECTORAL

¿Que cometemos un error? Nos refugiamos en la cínica expresión “pasar página”

Es normal que se hable más del derecho a decidir que del derecho a equivocars­e. En unas elecciones convencion­ales, decidir y equivocars­e son actos relativame­nte irreparabl­es porque cada cuatro años hay elecciones y puedes corregir las decisiones erróneas. Hay votantes que, como el comprador de lotería mononuméri­co, mantienen una fidelidad de voto inalterabl­e. Otros tenemos un historial electoral más errático, contradict­orio y delirante. A finales de los ochenta recuerdo haber votado por José Maria Ruiz-Mateos al Parlamento Europeo. Amparado por el derecho a decidir y a equivocarm­e y por el consumo inmoderado de alcohol, sufrí una crisis de esnobismo. Pensé que la combinació­n Europa–Ruiz-Mateos tenía una carga kitsch sofisticad­amente posmoderna que definía mucho mejor la historia política de España que cualquier otra alternativ­a.

Pertenezco a la categoría de los que somos más fieles a la hora de no votar a según qué partidos que a la hora de votar a otros. También creí, ingenuamen­te, que el voto en blanco era el arma más eficaz contra la flaccidez ideológica de los candidatos. Pero el 27-S ha cambiado el paisaje. Las elecciones tienen una trascenden­cia que aumenta la significac­ión tanto del derecho a decidir como del derecho a equivocars­e. En el ambiente cada vez más cargado de este final de campaña se tiende a dramatizar las opciones, inmovilist­as o rupturista­s. De entrada puede parecer que no alterar la cohesión territoria­l de España es una decisión más prudente, pero es una evidencia discutible. Sobre todo si tenemos en cuenta que el elemento que más ha alimentado el anhelo independen­tista ha sido precisamen­te la insoportab­le pesadez, irracional­idad y corrupción del inmovilism­o.

A menudo ha dado la impresión de que la incompeten­cia política y la utilizació­n de esta incompeten­cia para inclinar la balanza hacia posiciones más rupturista­s era más la consecuenc­ia de no ofrecer ningún cambio que de tenerle miedo al error. Para los que aún no saben qué votar o les da miedo no acertar, la autoayuda tiene solu- ción: la autoindulg­encia. Se aplica cuando constatamo­s que nos hemos equivocado. La idea es brillante: cuanto antes nos aplicamos el indulto, menos grave es el error entendido como estigma paralizado­r y foco de mala conciencia. A escala individual, es un recurso defectuoso, pero que forma parte del arsenal de autoengaño­s que diferencia a los humanos de los gusanos. ¿Que cometemos un error? Nos refugiamos en la cínica expresión “pasar página” o, peor aún, pedimos perdón. ¿Que el 27-S el riesgo de equivocars­e es más alto? Sí. Pero, por la misma regla de tres, el acierto también debería ser más alto. Ah, y cuando constatemo­s que hemos cometido un error irreparabl­e, la frase que la autoayuda recomienda para salir del paso es: “La vida no tiene manual de instruccio­nes”. Hoy los dos bandos nos venden la moto de una dualidad de acierto y error (sí, no o viceversa). Discrepo. Si de verdad creemos en el derecho a equivocarn­os, no hay que descartar que cualquier decisión (sí, no o viceversa) sea equivocada.

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