‘ Decidir es equivocarse (o no)
¿Que cometemos un error? Nos refugiamos en la cínica expresión “pasar página”
¿Que cometemos un error? Nos refugiamos en la cínica expresión “pasar página”
Es normal que se hable más del derecho a decidir que del derecho a equivocarse. En unas elecciones convencionales, decidir y equivocarse son actos relativamente irreparables porque cada cuatro años hay elecciones y puedes corregir las decisiones erróneas. Hay votantes que, como el comprador de lotería mononumérico, mantienen una fidelidad de voto inalterable. Otros tenemos un historial electoral más errático, contradictorio y delirante. A finales de los ochenta recuerdo haber votado por José Maria Ruiz-Mateos al Parlamento Europeo. Amparado por el derecho a decidir y a equivocarme y por el consumo inmoderado de alcohol, sufrí una crisis de esnobismo. Pensé que la combinación Europa–Ruiz-Mateos tenía una carga kitsch sofisticadamente posmoderna que definía mucho mejor la historia política de España que cualquier otra alternativa.
Pertenezco a la categoría de los que somos más fieles a la hora de no votar a según qué partidos que a la hora de votar a otros. También creí, ingenuamente, que el voto en blanco era el arma más eficaz contra la flaccidez ideológica de los candidatos. Pero el 27-S ha cambiado el paisaje. Las elecciones tienen una trascendencia que aumenta la significación tanto del derecho a decidir como del derecho a equivocarse. En el ambiente cada vez más cargado de este final de campaña se tiende a dramatizar las opciones, inmovilistas o rupturistas. De entrada puede parecer que no alterar la cohesión territorial de España es una decisión más prudente, pero es una evidencia discutible. Sobre todo si tenemos en cuenta que el elemento que más ha alimentado el anhelo independentista ha sido precisamente la insoportable pesadez, irracionalidad y corrupción del inmovilismo.
A menudo ha dado la impresión de que la incompetencia política y la utilización de esta incompetencia para inclinar la balanza hacia posiciones más rupturistas era más la consecuencia de no ofrecer ningún cambio que de tenerle miedo al error. Para los que aún no saben qué votar o les da miedo no acertar, la autoayuda tiene solu- ción: la autoindulgencia. Se aplica cuando constatamos que nos hemos equivocado. La idea es brillante: cuanto antes nos aplicamos el indulto, menos grave es el error entendido como estigma paralizador y foco de mala conciencia. A escala individual, es un recurso defectuoso, pero que forma parte del arsenal de autoengaños que diferencia a los humanos de los gusanos. ¿Que cometemos un error? Nos refugiamos en la cínica expresión “pasar página” o, peor aún, pedimos perdón. ¿Que el 27-S el riesgo de equivocarse es más alto? Sí. Pero, por la misma regla de tres, el acierto también debería ser más alto. Ah, y cuando constatemos que hemos cometido un error irreparable, la frase que la autoayuda recomienda para salir del paso es: “La vida no tiene manual de instrucciones”. Hoy los dos bandos nos venden la moto de una dualidad de acierto y error (sí, no o viceversa). Discrepo. Si de verdad creemos en el derecho a equivocarnos, no hay que descartar que cualquier decisión (sí, no o viceversa) sea equivocada.