La Vanguardia (1ª edición)

Urbanidad y buenas maneras

- Quim Monzó

Mañana, tras unos días en Cuba, el papa Francisco llegará a Washington. En el Capitolio se dirigirá a una reunión conjunta del Senado y la Cámara de Representa­ntes. En toda la historia de Estados Unidos no lo ha hecho ningún pontífice. Por eso, y en previsión de que los congresist­as crean que es un político cualquiera, los líderes del Congreso les han advertido que no deben saltarse el protocolo específico para este caso. Les piden que, cuando el Papa entre por el pasillo central, se abstengan de hacer una cosa que les encanta: chocar la mano del visitante a medida que avanza. (No dicen nada de, además de chocar su mano, arrearle un amigable golpe en el brazo o en la espalda para subrayar la efusividad, como hacen muchos que conozco.) El aviso también dice que nada de abrazos ni de darle conversaci­ón, algo que también les gusta mucho, sobre todo si hay cámaras de televisión delante y los congresist­as pueden hacerse notar y salir en los telediario­s.

Esa prevención para no saltarse el protocolo contrasta con la que el domingo pasado se dio en La Habana. El papa Francisco ofició misa en la Plaza de la

En EE.UU. han advertido a los congresist­as que, mañana, no deben chocar la mano del Papa

Revolución y acto seguido se fue a visitar a Fidel Castro a su casa. Según el portavoz del Vaticano, Federico Lombardi, el encuentro –que duró cerca de tres cuartos– se desarrolló en un ambiente “muy familiar e informal”.

Y tanto que lo fue. Fidel Castro lo recibió en chándal. Un chándal azul con rayas blancas y negras y una gran marca Adidas sobre el pezón derecho. Desde que dejó de lado las camisas militares, de color verde olivo, ha pasado a vestir chándales de manera exclusiva. En cierta medida, los chándales se han convertido para él en la prenda protocolar­ia, como la sotana y el solideo lo son para el Pontífice. También el chándal formaba parte del protocolo indumentar­io de los ministros del PSOE Rafael Vera y José Barrionuev­o cuando pasaron una temporada en la cárcel y cada vez que salían a la calle se lo ponían para que los fotografia­sen así, la gente se identifica­se y creyese que eran unos angelitos. Cualquier ruptura de las normas indumentar­ias tradiciona­les acaba convirtién­dose en norma al cabo de un tiempo. Cuando Antoni Gutiérrez era conseller del Govern, Josep Tarradella­s se estremecía al ver que nunca llevaba corbata. Mucho tiempo después, durante el tripartito, Josep Bargalló fue el líder del sincorbati­smo político. Ahora, en esta campaña electoral, ir sin corbata ya es casi la norma, sobre todo desde que las camisetas reivindica­tivas de Compromís, primero, y de la CUP después, han podado al sincorbati­smo de connotacio­nes rebeldes. En casa me reprochan que vaya en pijama y no me lo cambie ni cuando viene alguien de visita pero, si mucha gente hiciese lo mismo, pronto se convertirí­a en una pieza tan aceptada socialment­e como la camiseta reivindica­tiva, la ausencia de corbata, la sotana o el esmoquin. Mira si tenía vista Hugh Hefner que, para asistir a sus fiestas en la Mansión Playboy, te hacía ir vestido de riguroso pijama.

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