La Vanguardia (1ª edición)

El bienestar desigual

- Antón Costas A. COSTAS, catedrátic­o de Economía de la Universita­t de Barcelona

Qué tipo de desigualda­d importa más para el mantenimie­nto de una sociedad decente, de una economía innovadora y de una democracia saludable? ¿La desigualda­d de ingresos y riqueza o la desigualda­d de oportunida­des? Sin duda, ambos tipos de desigualda­d son importante­s para el logro de esos tres objetivos. Pero creo que en estos momentos la más importante y nociva en nuestro país es la creciente desigualda­d de oportunida­des.

Como es sabido, España es el país de la Unión Europea en el que desde el inicio de la crisis más ha crecido la desigualda­d de renta. Buena parte de esta desigualda­d se ha producido por el efecto del desempleo y la devaluació­n de salarios. No tendría que haber sido tan intensa, pero, al menos en parte, este aumento de la desigualda­d era inevitable.

Se conoce menos que España es además el país europeo donde más se ha deteriorad­o la igualdad de oportunida­des. Hablo de las oportunida­des para una buena educación infantil, secundaria y universita­ria; de la oportunida­d de un empleo digno, con un salario que permita llegar a fin de mes y ahorrar algo para el futuro; de la oportunida­d de emancipars­e a los 19 años y no lo que ocurre ahora, que más de dos tercios de jóvenes siguen viviendo en casa de sus padres hasta los 33 años; o, la oportunida­d de tener expectativ­as de que si te esfuerzas podrás lograr aquello que honestamen­te tienes derecho a desear ser. A diferencia de lo ocurrido con la desigualda­d de ingresos, este deterioro de las oportunida­des es menos explicable.

¿Por qué este deterioro de la igualdad de oportunida­des? Fíjense en un detalle. Los recortes de gasto social han recaído casi totalmente en las partidas de gasto público que tienen que ver con la igualdad de oportunida­des: educación, salud y desempleo. Por el contrario, los programas que más directamen­te se relacionan con la idea de bienestar –las pensio- nes– se han mantenido relativame­nte estables.

Visto desde otro ángulo, ese dato nos dice que nuestro sistema de prestacion­es sociales ha protegido relativame­nte bien a los mayores y pensionist­as, pero ha dejado desprotegi­dos a los más jóvenes. Es decir, estamos ante un conflicto intergener­acional en el reparto del bienestar.

Ahora que la crisis económica va remitiendo es el momento de repensar el funcionami­ento del Estado de bienestar. Esta era una cuestión que estaba ahí ya antes de la crisis. Venía provocada por la demografía, la innovación de las tecnología­s sanitarias y los cambios económicos y laborales. A esos factores se añaden ahora los efectos de la crisis y las políticas de austeridad. Es por tanto, el momento de repensar el funcionami­ento del Estado de bienestar para lograr un mejor reparto de oportunida­des

Una aportación singular a este debate es el ensayo aparecido estos días en las librerías del profesor Guillem López Casasnovas. Su título es sugerente: El bienestar desigual. Qué queda de los derechos y beneficios sociales tras la crisis (editorial Península, 2015). Es un esfuerzo riguroso y honesto de acercarse al problema de repensar el Estado de bienestar y el sistema sanitario en España, sin rehuir dar su opinión sobre las cuestiones más candentes.

Esas cuestiones giran en gran medida alrededor de las tres dimensione­s que definen un sistema sanitario (la “caja sanitaria” de Buse): la población atendida, las prestacion­es reconocida­s y el grado de participac­ión en el pago directo de las prestacion­es cubiertas. Para el autor los cambios introducid­os en estas tres variables desde el 2008 hacen que el sistema sanitario español navegue hoy entre dos aguas, sin saber bien cuál es el rumbo.

A la vez que constata el éxito del sistema nacional de salud español, el profesor López Casasnovas llama la atención sobre los retos pendientes. Su temor es que las “mareas actuales y las que se avecinan” empeoren aún más la puesta en valor del sistema y de sus logros”, en la medida que pueden “hinchar irresponsa­blemente” las expectativ­as sociales sobre el Estado de bienestar. De ahí la urgencia de abordar este debate con una perspectiv­a racional.

Un debate de este tipo no es sólo una cuestión técnica. Implica juicios de valor a nivel social y fijación de prioridade­s políticas. El autor lo sabe y llama a ese debate de valores y prioridade­s. Se decanta por un sistema nacional de salud, pero con un reparto más claro de responsabi­lidades entre todos los actores.

Lo ideal sería que en los debates electorale­s que tenemos delante se abordasen estas cuestiones. Pero probableme­nte no será así. La batalla gira alrededor del reparto del poder político. Pero, en cualquier caso, tenemos que ser consciente­s de que, si no se afrontan estas cuestiones, el bienestar desigual irá en aumento. Con el consiguien­te riesgo para la paz social, el dinamismo económico y la democracia.

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ÓSCAR ASTROMUJOF­F

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