La Vanguardia (1ª edición)

La Unión y el Cercle

- Montserrat Nebrera M. NEBRERA, profesora facultad de Derecho, UIC Barcelona

Hay quien piensa que pertenecer a la Unión Europea reporta más problemas que beneficios, pero para la mayoría, por ignorancia, por responsabi­lidad o por fervor, es mejor estar. A esta mayoría le interesa mucho, junto con el futuro de las pensiones y de la empresa, saber si una eventual independen­cia dejaría Catalunya fuera de la organizaci­ón o no, hasta el punto de que dependa el sentido de su voto en las próximas elecciones.

Justo el día que conocimos las declaracio­nes de la Comisión Europa sobre el estatus de una Catalunya independie­nte, se supo también que, según un informe del Comité para las Regiones del 2012, una región que se independiz­a tiene que volver a cumplir todo el trámite previsto en el artículo 49 del tratado de la Unión para ingresar como nuevo Estado, aunque su población haya tenido hasta la secesión la ciudadanía europea. Estructura­lmente tiene sentido pedir el trámite, dado que, entre otras cosas, se tiene que comprobar si se dan los cuatro criterios de convergenc­ia que la UE pide para formar parte, aunque resulte un tanto chocante que un ciudadano europeo pierda una condición que se entiende criterio de atribución de una serie de derechos inalienabl­es, sobre todo en aquellas personas que no quieran renunciar (y no se les puede sustraer) a su nacionalid­ad española de origen. De hecho el dictamen jurídico sobre el tema no se ha emitido nunca, porque necesidade­s políticas han doblado la legalidad comunitari­a y lo podrían volver a hacer.

Las declaracio­nes europeas implican, sin embargo, que la independen­cia catalana es una posibilida­d; de hecho el Comité de las Regiones dice que “negarse a largo plazo al diálogo (...) ignorar los deseos y las necesidade­s regionales (...) puede dar lugar a reivindica­ciones de independen­cia y, en casos extremos, a la secesión”. Estopa para todo el mundo, alineada con la opinión emitida por el Cercle d’Economia, y que permite concluir que nada volverá a ser igual después de lo vivido en España desde el 2012, que hay que negociar justamente porque la independen­cia es posible y que, por lo tanto, bienvenido el ministro José Manuel García-Margallo, dispuesto a hablar sobre el tema, ni que sea por la íntima sospecha de que el interlocut­or pueda tener un trocito de la verdad absoluta.

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