Gags del Oeste en campaña
En campaña electoral se pierden el respeto y los protocolos. La política tiene la manga ancha y lo engulle todo. Incluso pisotea las hemerotecas borrando con sus pezuñas hechos y manifestaciones que ahora serían insostenibles. Da igual. Muchas cosas se olvidan, se toleran o se deforman. Es la temporada más procaz de la política. El presidente de la Generalitat se convierte en gran jefe comanche de los sioux y simula a la casta de todos los grandes partidos madrileños con lenguaje de los indios de Hollywood dirigido a la reserva catalana, que responde a los grandes jefes de Madrid con un “gran corte de mangas, una gran botifarra”. Muy articulado no es.
Supongo que este estilo cosecha votos o así lo piensan los que dirigen una campaña tan difícil de explicar a los embajadores afincados en Madrid que están de gira informativa en Barcelona y toman nota de cuantas mayores fuentes posibles para enviar informes a sus respectivos gobiernos.
Pablo Iglesias respondió a Mas en indio comanche. También soltó el otro día que los que viven en el área metropolitana de Barcelona son más catalanes que los que habitan en la ciudad. Pero qué majadería. Pedro Sánchez nos colocó el Senado en Barcelona en un arrebato maragallista que no se sabía bien a cuento de qué venía. Rajoy se ampara en su quietismo inalterable y lleva las leyes en los bolsillos para arrojarlas sobre Catalunya antes de intentar una aproximación suave, política, inteligente, para conseguir sentarse y hablar sobre el contencioso. Rajoy es una pared.
Todos saben, también el presidente Rajoy o quien le suceda, que sea cual fuere el resultado del domingo habrá que sentarse a una mesa de negociaciones el tiempo que haga falta, con las posiciones muy distanciadas al comienzo, con horas, días o meses de discusiones, para encontrar un punto de acuerdos mínimos que permita salir de esta confrontación dialéctica y retórica que no responde a la realidad.
Pueden existir diferencias insalvables entre los políticos de aquí y de allí. Pero el conjunto de las sociedades catalana y española se toleran, discrepan, se entienden, negocian, y se comunican. Ya sabemos que la política se ocupa de las ideas, los intereses, las intenciones, los sueños, las desilusiones y de todas las cosas contingentes. Luego vendrá la historia que se ocupa de los hechos y de sus consecuencias. Ninguna acción política es inocua, tiene consecuencias y será debida- mente registrada por los historiadores del futuro.
Vivimos la política demoscópica de forma permanente. Las encuestas marcan tendencias, señalan cambios y valoran a personajes que han subido al podio de la popularidad por haber salido cuatro noches en una televisión de gran audiencia.
Luego viene el escrutinio y en la decisiva noche del recuento todo se va poniendo en su sitio. Recuerdo los 27 debates televisivos que Barack Obama y Hillary Clinton mantuvieron para disputarse la candidatura demócrata en las elecciones del 2008. Ganó Obama, pero su gran contrincante, Hillary Clinton, con quien se habían echado todos los trapos sucios en sus respectivas caras, fue nombrada se- cretaria de Estado y hoy compite de nuevo como candidata demócrata a la presidencia de Estados Unidos.
La política hace extraños compañeros de cama. Quién habría sospechado al comienzo del 2015 que habría una lista encabezada por Raül Romeva, exeurodiputado de Iniciativa, en la que figurarían Carme Forcadell y Muriel Casals, seguidos, a modo de tapados, por Artur Mas y Oriol Junqueras, los auténticos platos fuertes de la lista en la que se encuentran ex de todas las escuderías, tránsfugas varios y hasta el hombre perfecto, Pep Guardiola. No sé si el momento es excepcional, pero sí que me cuesta encontrar precedentes en el ámbito europeo de una campaña y unas elecciones tan singulares.
Las encuestas avanzan una mayoría absoluta del independentismo el domingo por la noche. Los movilizados por esta causa no pueden estarlo más. Me los encuentro en todas las tertulias, en las redes sociales, en los artículos de opinión, en los bares y en las calles. Son muchos. Pero no son todos. Y no sabemos si constituyen una mayoría absoluta. Las urnas no son caprichosas. Sólo ofrecen el recuento de la jornada electoral.
Sea cual fuere el resultado, el lunes por la mañana habrá que volver a la realidad de la política. Será interesante comprobar quién es el próximo presidente de la Generalitat si la CUP tiene la última palabra en el debate de investidura.
La desconexión, en todo caso, no será antes de fin de año. Unas mínimas reglas jurídicas serán imprescindibles para no quedarnos a oscuras durante los 18 meses establecidos en la última hoja de ruta. Sospecho que las subidas de tono del lenguaje no convencerán a los muchos indecisos que van a inclinar la balanza y que son ya maduros para no dejarse intimidar por palabras tabernarias o del Oeste. ¡Ah!, y habrá que volver a gobernar algún día.