La Vanguardia (1ª edición)

El matemático del tambor

- XAVIER ALDEKOA

DODOU NDIAYE (1930-2015) Maestro percusioni­sta senegalés

Su padre le hizo entender pronto que su sueño no sería fácil. Cuando, siendo apenas un niño, Doudou Ndiaye Rose le confesó a su progenitor, contable, que quería dedicarse a la música, éste se enfadó como nunca. Aunque en la familia había varios griots (narradores de historias), su padre se opuso de plano a que su hijo siguiera esa tradición. Y se lo demostró: después de aquel anuncio, estuvo siete años sin darle la mano a su hijo. Ni siquiera eso apartó a Ndiaye de su pasión.

Dodou Ndiaye falleció en Dakar a los 85 años como uno de los grandes percusioni­stas de Senegal y del mundo, con una carrera internacio­nal trufada de colaboraci­ones ilustres, como sus trabajos con Miles Davis, Rolling Stones o Peter Gabriel. En el año 2006, fue declarado un “tesoro humano viviente” por la Unesco, un título que honra a quienes conservan un conocimien­to y habilidade­s especiales en danza o música tradiciona­l y los transmiten a las generacion­es jóvenes. Su luz se apagó de repente. Hasta el día de su muerte, no paró de tocar.

Nacido en julio de 1930, a Dodou Ndiaye el amor por el tamtam le atrapó desde pequeño. La atracción por los ritmos le dejaba embobado incluso en el camino a la escuela. “Cada día —explicó en una entrevista a AFP— se tocaban tam-tams en bodas, bautizos o en ceremonias de circuncisi­ones. En cuanto salía de casa, esos sonidos me distraían; como si dijeran: “Dodou, no vayas a la escuela, debes venir y tocar el tam-tam”.

Cuando creció, Ndiaye sobrevivía como fontanero pero seguía viviendo por la música. Tuvo suerte también. El maestro Mada Seck aceptó enseñarle los secretos de la percusión y, cuando éste se fue a Costa de Marfil, le regaló sus instrument­os. Ndiaye no desaprovec­hó la oportunida­d y quiso ir más allá: buscó sumergirse en los ritmos tradiciona­les de Senegal y aprender un lenguaje milenario que se ha trasmitido durante siglos de generación en generación.

“¡Nunca quise tocar a ciegas! —señaló en una entrevista—. Fui a ver a ancianos para que me enseñaran el lenguaje preciso de los tambores que todos conocen: como anunciar un fuego forestal, el sonido que anuncia que una serpiente ha mordido a alguien y qué tipo de serpiente es; el ritmo que anuncia que una mujer acaba de casarse y que ha ido al hogar conyugal y el marido está feliz...”.

Cuando demostró conocer más de 100 ritmos diferentes, los ancianos le proclamaro­n “jefe mayor del tambor”.

Con el tiempo, le pusieron más sobrenombr­es: “el matemático del ritmo”, “el maestro del tamtam” y, gracias al título de la Unesco, “el tesoro humano del ritmo”.

Su fama nacional e internacio­nal no le hizo olvidarse de sus raíces. Transmitió sus conocimien­tos a su prole (tuvo cuatro esposas y al menos treinta hijos) y a sus nietos, con quienes compartió escenario a menudo y con quienes formó una orquestra de música tradiciona­l senegalesa.

El día de su repentina muerte, uno de sus hijos escogió pocas palabras para anunciar el deceso. “Hoy hemos perdido a nuestro padre, a nuestro amigo. A un gran hombre”, dijo. Como si las palabras sobraran para quien ha vivido siempre para y por la música.

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