Un funeral sencillo con familiares y amigos despide a Carmen Balcells
La agente literaria descansa en su pueblo natal, Santa Fe de la Segarra
El día era soleado, tan sólo 22 grados de temperatura al aire libre, algunos más en la pequeña iglesia románica de Santa Fe de la Segarra, llena a rebosar de familiares, amigos y compañeros de trabajo, juntos, apretujados para dar calor al féretro con los restos de la más ilustre hija de este precioso pueblo, Carmen Balcells. A la una en punto empezó el responso oficiado por el sacerdote Eduard Ribera, amigo de la familia, que recordó a Carmen como una persona que irradiaba amistad y subrayó su amor por su trabajo y su vuelta a las raíces en la Segarra. El capellán recordó una misa de Navidad en aquella misma iglesia con una Carmen Balcells emocionada. “La gente de la Segarra viene de una tierra pobre en la que se vivía con valores como el esfuerzo, la constancia. Carmen Balcells era así porque encarnaba los valores de esta gente”.
Santa Fe le estará siempre agradecida por haber ayudado a las obras de reforma en el pueblo, la creación de la casa rural para escritores o cosas no menos importantes como la financiación necesaria para arreglar y hacer más cómodos los bancos de la vieja iglesia donde ayer se la despidió en una ceremonia sencilla y muy emotiva. Un vecino explica que “hizo gestiones para la reforma de la iglesia”, un templo románico del siglo XII
El funeral de la agente literaria más influyente de los últimos cincuenta años en la literatura hispanoamericana fue una ceremonia para familiares, amigos, trabajado- res de la agencia y algunos colegas del mundo editorial. Respetando el deseo de la propia Carmen Balcells de que su despedida fuera lo más discreta posible no hubo ninguna representación institucional, ni de la Generalitat ni del Ministerio de Cultura, tan sólo los alcaldes de Les Oluges y Estaràs. Muy pocos escritores presentes, Eduardo Mendoza, Carme Riera, Rosa Regàs, Lluís Izquierdo y el periodista Juan Cruz. El violoncelista Lluís Heras interpretó versiones de El cant dels ocells y Paraules d’amor, de Serrat, piezas que el músico sabía que gustaban a Balcells.
En la pequeña plaza frente a la iglesia abrazos, lágrimas, besos, saludos y mucha tristeza en los semblantes. El coche fúnebre carga con varias coronas de flores entre las que destacan la enviada por los reyes de España, sus familiares, el personal de la agencia y otras editoriales. La comitiva inicia un pequeño paseo a merced del sol inclemente de las dos de la tarde tras el coche y hasta el pequeño cementerio. Carmen Balcells pidió un pequeño nicho sin nada especial que destacara entre los otros. Allá reposa desde ayer la Mamá grande de las letras hispanas.
De vuelta a Santa Fe, la casa de Carmen está abierta y los familiares, amigos y gente próxima, toman un tentempié. Cal Sastre se va llenando poco a poco y el espíritu de Carmen Balcells se diría que mira desde los rincones. Una familiar me dice que “ella no habría permitido que el día de su entierro la gente no estuviera correctamente atendida, su hospitalidad era proverbial”. Los corros empiezan a formarse y empiezan a fluir los recuerdos y las anécdotas. Se diría también que es ella la que va preguntando si a sus invitados les falta algo. “Carmen lo habría querido así”. En la calle hablo con Josep Comaposada, el vecino de la casa de al lado. “Ha sido una gran benefactora para el pueblo. Se implicaba y nos ayudaba. Hace diez años trabajó mucho para hermanarnos con Santa Fe de Colombia. Nos dio dimensión internacional”, afirma. También queda la casa rural para escritores, un refugio de calma y paz rural. En Santa Fe reposa un capítulo de la historia de la literatura española.
Muy pocos escritores presentes: Eduardo Mendoza, Carme Riera, Rosa Regàs o Lluís Izquierdo