La Vanguardia (1ª edición)

Sabor americano

- KARLES TORRA

Comandados por Mike Scott, los británicos Waterboys se han venido moviendo con acierto durante décadas entre el rock y el folk céltico. En su último disco, Modern blues, el undécimo de su brillante trayectori­a, Scott y sus muchachos se han trasladado a Nashville para grabar su primer álbum “americano”, añadiendo a su música elementos de “southern soul” y de crudo blues.

En una sala Barts que registró una buena entrada, los Waterboys presentaro­n su nuevo material con una remodelada formación que incluye a tres músicos estadounid­enses, entre ellos, el teclista Brother Paul Brown, toda una figura de la escena de Memphis, así como David Hood, legendario bajista de los históricos estudios Muscle Shoals de Alabama. Completand­o la alineación con el joven guitarrist­a texano de soul-rock Zach Ernst, y con los ya clásicos Steve Wickham al violín y Ralph Salmins a la batería, el sexteto comandado por Scott puso su alucinante nivel instrument­al al servicio de un magnífico temario.

La cosa quedó clara desde el mismo inicio del concierto, con dos potentes temazos densos e intensos como Destinies entwined y Still a freak. En un pletóri- co estado de forma como cantante, Mike Scott se descalzó la guitarra para sentarse al piano y abordar con maestría un par de clásicos de su primigenia obra de los años 80 ( A girl called Johnny y We will not be lovers). Para volver a su nuevo material, que fue presentado en casi su totalidad, algo insólito en un grupo con más de tres décadas de trayectori­a, y que revela una grandeza creativa al alcance de muy pocos.

Con hipnóticas baladas como Nearest thing to hip y temas más movidos como Rosalind o I can see Elvis –todos ellos de excelente factura– llegamos al final del concierto, coronado por un impresiona­nte Long strange golden road de más de diez minutos.

Entre el entusiasmo de una audiencia enloquecid­a, los Waterboys cerraron su gran noche con el clásico e ineludible Fisherman’s blues, antes de hacernos saltar las lágrimas con una maravillos­a versión del Purple rain de Prince.

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