Poner pie en Europa
El éxodo es en parte consecuencia de unas élites corrompidas que no buscaron el desarrollo económico y social
Cientos de miles de refugiados han llegado a la diminuta isla de Lesbos, superando con mucho la capacidad de acogida de una población que, además, debe soportar el peso de la crisis económica griega.
Años antes de romperse el statu quo que prevalecía, contra viento y marea, entre los pueblos árabes, antes de la floración de sus efímeras primaveras y de la expansión posterior del Estado Islámico, aparecieron dos libros premonitorios de la catástrofe: Le malheur arabe (La desgracia árabe), de Samir Kassir, y Un siècle pour rien (Un siglo para nada), de Ghasan Tuéni y Jean Lacouture, apasionado del Oriente Medio y autor de una magnifica biografía sobre el rais Gamal Abdel Naser de Egipto. Ambos textos coinci- den en el diagnóstico de la enfermedad existencial que sufren los árabes –una desgracia provocada en buena parte por sus propios defectos y carencias– y en lamentar el tiempo perdido en los últimos cien años de historia.
Con la guerra de Siria, que algunos gustan calificar como la guerra del siglo XXI o la tercera guerra mundial, se han provocado insospechadas consecuencias que desbordan el Oriente Medio y sacuden Europa. ¿Cómo imaginar, por ejemplo, este éxodo dantesco –ya se prevé que el próximo año otro millón de sirios saldrán de su país–, esta férrea voluntad para alcanzar las costas europeas y adentrase en su sanctasanctórum en busca de la vida?
“El mundo árabe durante un siglo ha injuriado a Occidente –ha escrito un periodista libanés–, pese a que vivía a sus expensas”.
De pronto, con el espectacular hundimiento de civilizaciones orientales, con el horror de una guerra que ha destapado todas lasa cajas de Pandora inimaginables, liberando toda suerte de atávicos demonios, con la humillación padecida bajo sociedades esclerotizadas e improductivas, si no fuese por el petróleo, miles de refugiados se han volcado sobe Europa, pese a su islamofobia y sus tentaciones racistas.
Son árabes, extranjeros en todas partes, dentro y fuera de su país, exilados del mundo contemporáneo, oprimidos, percatados de que Eldorado europeo, alemán, está a su alcance. El denostado Occidente, fácil recurso para justificar sus fracasos y desgracias, les abre los brazos como en ninguna otra parte del mundo.
Ni Irán ni Rusia ni China ni los opulentos pero frágiles principados petrolíferos del Golfo, que les cerraron las puertas ante sus narices, han hecho gesto alguno para acogerles. Tampoco ellos, ya sea por una u otra razón –como es la identidad persa de Irán, el talante nacionalista imperial de Rusia o la lejanía de China– han querido llamar a sus puertas. Estos sirios han optado, sin vacilar, por Europa.
Han sido cien años perdidos en estos pueblos de Oriente Medio. Sus elites gobernantes, corrompidas, feudales e ineficaces, no han conseguido ni la liberación nacional –la ocupación de Palestina es una herida abierta– ni el desenvolvimiento económico, ni la modernización social, ni mucho menos cualquier amago de democracia.
Hace un siglo tuvo lugar otro gran movimiento de emigración en masa en el Levante árabe. A consecuencia de la guerra de potencias como Gran Bretaña y Francia contra el imperio otomano –llamado entonces “el enfermo de Europa”–, que bloquearon con su armada las costas libanesas, se provocó una hambruna que casi diezmo la población.
Miles de libaneses y de sirios decidieron entonces abandonar su tierra, emprendiendo viaje hacia las Américas. Allí se establecieron en sus repúblicas, desde México a Argentina. Fueron llamados “los turcos”, nombre que aún se emplea para describirlos, como se aprecia en las novelas del realismo mágico de García Márquez. Los habitantes de este país de los cedros presumen ahora de las encumbradas posiciones sociales y políticas de algunos de aquellos emigrantes. Han sido siempre, guerras y catástrofes las causas de estos éxodos masivos en los pueblos del Bilad al Sham (la gran Siria histórica).
PUERTAS CERRADAS Ni Irán, Rusia y China ni los países del Golfo han hecho gestos para acoger refugiados
UN PERIODISTA LIBANÉS “El mundo árabe ha injuriado a Occidente durante un siglo pese a vivir a sus expensas”