Colombia, en el camino de la paz
EL Gobierno de Colombia ha llegado a un acuerdo con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) sobre el principio de aplicación de una justicia transicional que es un paso adelante en la ansiada paz y final de un conflicto armado que se inició en 1964 y que ha provocado miles de muertes. El acuerdo suscrito en La Habana entre el presidente Juan Manuel Santos y el jefe de la guerrilla, Timochenko, supone que ambas partes acuden a un sistema judicial integral que aborda el sometimiento a jueces, nacionales e internacionales, por delitos penales, incluidos guerrilleros, fuerzas de seguridad y paramilitares; las reparaciones materiales y morales que deberá articular el Gobierno, especialmente en el caso de las víctimas y de sus familias; la reforma de las instituciones implicadas en abusos (policía, ejército y justicia); y la organización de comisiones de la verdad y de investigación que ayuden a esclarecer políticamente los hechos ocurridos.
Se trata, por tanto, de un acuerdo de calado cuyo objetivo es saber qué ocurrió y quiénes son los responsables para poner las bases de una reconciliación que, hoy por hoy, no parece ni mucho menos fácil. El expresidente Uribe ya ha manifestado su férrea oposición a un acuerdo que, según él, equipara a “la socie- dad civil con el terrorismo” pero que, en líneas generales, parece haber sido recibido con optimismo por la sociedad colombiana. La razón de este positivismo es que, por vez primera desde que se iniciaron las conversaciones con las FARC, se abre un horizonte para erradicar un terrorismo que ha paralizado durante más de medio siglo extensas zonas del país. En este caso bien puede afirmarse que los beneficios del acuerdo pueden restañar, en parte, el mal provocado en la sociedad.
Salir de una larga guerra de supuesta liberación, para unos, y de lucha contra el terrorismo para los más, no es fácil. Sabido es que el negocio de las armas y la guerra genera muchos intereses que obstaculizan su resolución. Para ello es preciso tener en cuenta dos cuestiones básicas: las responsabilidades y las reparaciones, que precisan audacia y coraje por parte de los bandos enfrentados, como pide el papa Francisco. La paz es siempre un ejercicio de valentía, como pregonó en su día el añorado Yitzhak Rabin.
Colombia puede ser un ejemplo para el mundo si logra superar, por fin, ese conflicto tan cruento y enquistado. Si la paz merece una oportunidad, parece que en este caso se está en el buen camino, aunque el reto está repleto de obstáculos.