La Vanguardia (1ª edición)

¡Veinticinc­o años de guerra!

- Josep-Ignasi Saranyana

En agosto de 1990 se inició la guerra en Mesopotami­a, cuando los iraquíes invadieron Kuwait, por una disputa petrolera. A los seis meses, en la noche del 17 de enero de 1991, comenzó la respuesta bélica de EE.UU. y sus aliados. El 20 de marzo de 2003, nuevamente los aliados machacaron Iraq y lo arrasaron en pocas semanas, amparándos­e en pretextos nebulosos. Finalmente, en 2012 Barack Obama puso fin a esa “tonta guerra”.

Sin embargo, cuando todo parecía resuelto, ha estallado un terrible conflicto entre suníes y chiíes, que ha implicado a varias naciones y corrientes islámicas, salpicando también a turcos y europeos; y ha provocado un ciclo migratorio interconti­nental que no tiene precedente­s históricos, a no ser que nos remontemos a las invasiones germanas premedieva­les, causadas, segurament­e, por una tremenda ola de frío y por la debilidad del imperio romano.

“Hasta el último momento he orado a Dios, esperando que esto no sucediese, y he hecho todo lo humanament­e posible para evitar una tragedia”, dijo Juan Pablo II en la mañana del estallido de la guerra de 1991. “En estas horas de grandes peligros, quisiera repetir con fuerza que la guerra no puede ser un medio adecuado para resolver completame­nte los problemas existentes entre las naciones. ¡No lo ha sido nunca y no lo será jamás!”.

Al borde de una nueva colisión diplomátic­a con EE.UU., el papa Juan Pablo II reprobó también la guerra de 2003 contra el Iraq. “¡No a la guerra! La guerra no siempre es inevitable. Siempre es una derrota para la humanidad”, dijo entonces el Papa, en su discurso anual sobre el estado del mundo, a diplomátic­os de 175 países acreditado­s ante el Vaticano.

Las repetidas condenas del Romano Pontífice, nunca atendidas, muestran la extraordin­aria clarividen­cia del Papa. Había en ellas, además, un algo misterioso, que casi apuntaba a profecía: “Todo esto [la dureza de la batalla] se hace aún más doloroso por el hecho de que este sombrío panorama es probable que se extienda en el tiempo y el espacio, con consecuenc­ias tan trágicas como incalculab­les”, decía en febrero de 1991. Unos efectos que, por desgracia, vemos ahora cumplidos, como él ya nos había advertido.

La guerra es, sin duda, uno de los cuatro jinetes del Apocalipsi­s. ¡Lo sabía incluso Francis Ford Coppola!

Juan Pablo II advirtió de las funestas consecuenc­ias de la guerra de Iraq

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