La belleza y la bestia
Un libro detalla el museo que Goering creó gracias al pillaje
Un museo virtual de 250 esculturas, 1.376 óleos y 168 tapices, de los mayores artistas de la historia, salió a la luz en París, el pasado miércoles: Le catalogue Goering (Flammarion), registro manuscrito –letra gótica– del más increíble pillaje de la historia del arte. Una historia en la que por otra parte los botines fueron (¿y son?) proveedores de museos. Historiador especializado en el Holocausto, Jean-Marc Dreyfus firma el libro. El prólogo es de Laurent Fabius, ministro de Relaciones Exteriores. Porque la documentación del expolio invade nueve kiló- metros de estanterías en los archivos diplomáticos de Francia.
“El manuscrito, traducido y reproducido en su totalidad –explica Fabius–, fue redactado entre 1933 y 1944. Es el inventario de 1.376 cuadros adquiridos por Goering, más o menos legalmente o expropiados. Por primera vez con su fotografía de época y el detalle minucioso de sus características”.
Fabius, autor de Le Cabinet des Douze (Gallimard) sobre “los cuadros que construyeron Francia”, hijo y nieto de anticuarios expoliados por los nazis, recuerda que “sobre las 1.500 obras halladas en casa de Cornelius Gurlitt, en Munich, el año pasado, unas doscientas debieran volver a Francia”.
En el 2012 Fabius ordenó acelerar la digitalización del catálo-
El jerarca nazi reunió 250 esculturas, 1.376 óleos y 168 tapices, fruto del expolio Los marchantes compraban obras maestras expoliadas a precios de saldo En Francia, sólo 79 de las 2.000 obras que poseen las instituciones han sido devueltas
go. Y dos años después, The Mo
numents Men, filme protagonizado por George Clooney, actualizó el tema. No para el mercado del arte, ese iceberg que mueve más dinero por debajo que por encima del agua. Y que tembló un poco en 1995 cuando
El museo desaparecido, resultado de nueve años de investigación del portorriqueño Héctor Feliciano, resucitó el tema.
Marc Mazurovsky, creador en Washington del Museo del Holocausto, fechó en 1933, seis años antes de la invasión de Polonia, el comienzo del despojo. “Glaser, un crítico de arte judío, fue forzado en Alemania a malven- der su colección. Alemanes, franceses y austriacos compraron centenas de obras. Y un museo suizo se llevó 110 dibujos”.
El París de 1940, con sus marchantes y coleccionistas judíos que despojar y sus colegas que hacían la vista gorda, fue pieza clave en el operativo de los ERR (Einsatzstab Reichsleiter Rosenberg für die Besetzten Gebiete), creación del III Reich para organizar el pillaje. Los contraatacarán los Monuments Men, esos 17 hombres justos enrolados doce años más tarde en el ejército norteamericano, que recuperaron más de cuatro millones de obras. También cometieron la ingenuidad de restituir en 1950 a Hildebrand Gurlitt, padre de Cornelius, las 150 que le fueran confiscadas cinco años antes. Hildebrand, con abuela judía, fue víctima, en una primera vida de marchante, de la persecución nazi. Misteriosamente, luego sería miembro de La Banda de los Cuatro, a cargo del comercio en torno al pillaje. Sus clientes eran marchantes que aprovecharon los saldos –telas de una gran firma, Beckmann por ejemplo, de 15 a 500 dólares; dibujos, de veinte céntimos a tres dólares– e industria- les alemanes como Bernhard Sprengel, luego con museo propio en Hamburgo.
Gurlitt trabajó incluso en el proyecto de museo que Hitler quería en Linz, la ciudad austriaca de su infancia. En 1945 la colección del Führer comprendía más de cinco mil obras, contra 3.100 de Goering. Para Goering, coleccionista desde antes de tener con qué, la guerra fue el atajo: creó un mercado paralelo en el que dos cuadros de arte dege
nerado –concepto en el que entraban de Matisse a Chagall o Picasso– valían un Brueghel. Flamencos del XVII, obras alemanas del XVI, arte clásico francés e italiano. Y Cranach: el Viejo, el Joven y la escuela contabilizan 57 obras del catálogo.
Cornelius Gurlitt era ignorado por las autoridades –que además habrían descubierto las 1.500 obras en el 2011, tres años antes del anuncio–, pero no por el mercado del arte. Zonas de sombra como la que protege museos. Si el Henie Obstad Kuntsenter noruego devolvió sin condiciones un Matisse a los herederos del marchante Paul Rosenberg, la mayor parte de los museos mira hacia otro lado. En Francia, por ejemplo, desde 1949, cuando la búsqueda oficial fue interrumpida, sólo 79 de las dos mil obras que guardarían las instituciones han sido devueltas.
En 1961 Le front de l’art, el frente del arte, el libro en el que Rose Valland contaba su “defensa de las colecciones francesas”, pasó casi desapercibido. Reeditado en 1997, aprovechó la onda expansiva del libro de Feliciano. Y el año pasado, Rose, fallecida en 1980, resucitó bajo los rasgos de Cate Blanchett, en The Monu
ments Men.
El 30 de octubre de 1940 Jacques Jaujard, director del Jeu de Paume, ordena a Rose –adjunta sin sueldo al conservador– que permanezca en el museo que Goering convertirá en su almacén de arte. Valiente y discreta –los nazis nunca sabrán que entiende su idioma–, registra minuciosamente las obras que entran y salen. Cuando el primer tanque –con republicanos españoles, sea repetido– libera París, Rose conoce los diez depósitos parisinos de los ERR. Y la lista de los principales en Alemania. Enrolada voluntaria con el grado de capitán –sus informaciones guiarán a los
Monuments Men–, Rose será leyenda, pitillo eterno en los labios, a bordo de un jeep. Con su equipo, identifica 1.417 cajas provenientes del Jeu de Paume. Y gracias a ella, 45.000 obras serán restituidas. ¿Su premio? Un título tardío de conservadora –a sus 54 años– y un oscuro puesto. Treinta y cinco años después de su muerte, un portal Rose Valland prosigue su tarea: reunir obra expoliada y propietario.