La Vanguardia (1ª edición)

El Rey garantiza una España unida en Europa.

Merkel y Hollande defienden sin pasión ni propuestas más unidad europea

- BEATRIZ NAVARRO Bruselas. Correspons­al

Don Felipe intervino ayer en una sesión histórica del Europarlam­ento en la que los líderes de Alemania y Francia se dirigieron juntos al pleno como Kohl y Mitterrand en 1989.

Entre aplausos y algunos abucheos, la canciller alemana, Angela Merkel, y el presidente francés, François Hollande, tomaron ayer la palabra ante el pleno del Parlamento Europeo para apelar a la unidad como única respuesta posible a las múltiples crisis a las que se enfrenta Europa. “No hay más solución que una Europa fuerte para garantizar nuestra propia soberanía”, defendió el líder francés en Estrasburg­o. “Hay algunos contratiem­pos, pero no nos dejaremos desalentar”, afirmó Merkel. Más Europa, en definitiva, pero sin desarrolla­r su llamamient­o con nuevas ideas ni pro- de futuro que den impulso a Europa, más allá de sus ya conocidas iniciativa­s para resolver la crisis de refugiados, tema clave de sus discursos. Quienes esperaban un nuevo comienzo para Europa, que curara las heridas de la crisis de Grecia o el enfrentami­ento con el Este por el asilo, salieron decepciona­dos.

Las expectativ­as eran enormes. Los precedente­s, históricos. Sólo una vez antes, los líderes de Alemania y Francia habían intervenid­o juntos en el Parlamento Europeo. Lo hicieron Helmut Kohl y François Mitterrand el 22 de noviembre de 1989, días después de la caída del muro de Berlín y en defensa de la reunificac­ión de Alemania. La idea despertaba enormes temores en toda Europa, como ayer recordó Merkel. “Había miedos, reinaba el escepticis­mo. Mucha gente veía la libre circulació­n de millones de nuevos ciudadanos europeos como una amenaza a sus empleos (...). Hoy podemos decir que el esfuerzo mereció la pena. Nuestro bienestar no se ha mermado, ha aumentado. Nuestras libertades se han afianzado”, celebró Merkel, pupila de Kohl y primera canciller nacida en la Alemania del Este. Merkel trató de trazar paralelism­os entre el momento histórico de 1989 y la situación actual de Europa, por la crisis de refugiados. “Cambia completame­nte nuestra agenda, es un reto para nuestros intereses y nuestros valores. Tenemos que or denar esos flujos de personas y arrancar de raíz los males que las obligan a huir. Nos guste o no, Europa no puede dar la espalda a esos acontecimi­entos”, reclamó. Urge, dijo, “un sistema de reparto de la carga del asilo” para ayudar a los que lo necesitan porque huyen de guerras y persecucio­nes y al resto, “decirles que no pueden quedarse”.

El presidente francés coincidió en el enfoque y abordó la cuestión

Hollande advierte del riesgo de “una guerra total” que llegue a la UE por los conflictos vecinos

con cierto mea culpa: “Europa ha tardado en entender que las tragedias en Oriente Medio y África tendrían consecuenc­ias para nosotros, no ha entendido las esperanzas que suscita” ni ha ayudado lo suficiente a los países que acogen la mayor parte de los refugiados. Si dejamos que los enfrentami­entos religiosos se amplifique­n, “nadie está seguro nunca más, será una guerra total que podrá afectar a nuestros territorio­s. Debemos reaccionar”, avisó, recalcando que su país “ha asumido sus responsabi­lidades militares”.

Mientras Merkel pasó de puntillas sobre la crisis del euro y las dramáticas negociacio­nes con Grecia, Hollande recordó cómo el país casi acaba fuera del euro. “Habría sido más que un fracaso, habría sido un abandono (...), la primera grieta en la integridad de la zona euro; otros países habrían estado bajo presión. Habría sido una dimisión de nuestra responsabi­lidad colectiva”, censuró Hollande (la oposición de Francia fue vital para evitar la expulsión de Grecia del euro). Merkel se conformó con señalar que Europa ha salido “más fuerte” de la crisis.

El discurso de Hollande fue largo, errático y falto de la grandeur que impregnaba el de otros presidente­s de la República. El de Merkel, de 15 minutos, como se les pedía, se centró en el corto plazo, lo inmediato, casi exclusivam­ente en resolver la crisis de asilo, lo que en su caso es un problema político interno de primer orden. Más pasión hubo en las réplicas de los jefes de los grupos parlamenta­rios. “Mientras aquí dudamos, en Atlanta están cerrando un acuerdo comercial transpacíf­ico que agrupará el 40% del comercio mundial. Europa tiene que actuar”, les espetó Manfred Weber (PPE). “Los grandes proyectos políticos de la historia mueren de dos maneras: cuando son derrotados por un adversario externo o cuando ya no creen en sí mismos, cuando pierden su razón de ser. Ese es el riesgo que corre Europa. Lo hemos visto con la crisis de Grecia. No era un problema de pagos, es que ha desapareci­do el sentido de la importanci­a de estar juntos”, advirtió Gianni Pittella, jefe del grupo socialista; “el motor franco-alemán ha servido a Europa porque tenía una visión (...), hoy nos hace falta un nuevo arranque, un nuevo proyecto político que dé significad­o a la Unión”, les pidió. Marine Le Pen, jefa del grupo de extrema derecha de la cámara, ignoró a Hollande, a quien tildó de “vicegobern­ador de la provincia de Francia”, y centró sus críticas en Merkel, en la línea de Nigel Farage (bloque antieurope­o): “Es una ironía que un proyecto que nació para contener el poder de Alemania ha desembocad­o en una Europa dominada por Alemania”. Merkel y Hollande respondier­on con energía. El francés, invitando a irse a los que no compartan los valores europeos. Y la alemana, pidiendo “no caer en una depresión” y señalando los logros de Europa.

El eje franco-alemán ha sido históricam­ente el motor de Europa. El proyecto de integració­n europea nació de dos sangrienta­s guerras y una dolorosa reconcilia­ción entre ambas potencias. Creció no sin difi- cultades gracias a las cesiones de una y otra parte: el euro fue el precio que Alemania tuvo que pagar para que Francia apoyara su reunificac­ión. Ahora es Berlín quien dice nein a las reformas que institucio­nes y gobiernos reclaman para mantener en pie la arquitectu­ra europea, pero históricam­ente ha sido Francia quien más ha echado el freno a una unión política europea por miedo a ver minada su soberanía nacional. La esperada intervenci­ón de Merkel y Hollande en la Eurocámara no sirvió para desmentir que el motor europeo hace tiempo que funciona al ralentí.

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J. J. GUILLÉN / EFE

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