La Vanguardia (1ª edición)

Días de champán

- Quim Monzó

El domingo, el diario La Opinión de Málaga explicaba que el baloncesti­sta del FC Barcelona Moussa Diagné se cabreó durante la celebració­n de la Supercopa Endesa que el club acababa de ganar. Pasó en el vestuario, donde los jugadores se daban a la euforia y estaban a punto de destapar una botella de champán para rociarse los unos a los otros como hacen últimament­e muchos deportista­s. Parece que si no hay rociadura no demuestran bastante su alegría.

Diagné avisó a sus compañeros que a él no lo rociasen. El motivo está claro. Es de religión musulmana y no quiere entrar en contacto con bebidas alcohólica­s. No se trata sólo de no beberlas sino que ni una gota tiene que tocar tu piel. Hilan tan delgado que llegan a extremos delirantes, como saben bien los británicos que, en los súpers, se encuentran con cajeras musulmanas que se niegan a pasar por el lector de códigos de barras bebidas alcohólica­s o productos porcinos, aunque aquellas estén embotellad­as y estos enlatados. Es un problema que ha hecho que, en vez de despedirla­s por ser incapaces de hacer ese trabajo, en algunos súpers haya dos ti-

A Moussa Diagné no lo rociaron con champán, pero alguna gota le salpicó

pos de colas: unas para consumidor­es de cerdo y alcohol y otras para gente que no los compra.

En el vestuario del Barça, a Diagné no lo rociaron, pero sí que le salpicó alguna gota. Eso lo sulfuró. El diario malagueño explica que se fue indignado, dando puñetazos a las puertas y a todo el que encontraba por delante, y que tuvo que intervenir la policía. El FC Barcelona ha negado estas dos últimas cosas.

Nunca he acabado de verle la gracia a eso de rociar con champán a los deportista­s ganadores, y no es por motivos religiosos. Si el champán es bueno bébetelo y, si es de estos baratitos que corren por aquí, pues no te enlardes. No es ninguna tradición secular. Antes de los años sesenta no se hacía. Fue en esa década cuando Moët & Chandon ofreció botellas de su producto a los ganadores de las carreras de fórmula 1. Según los anales de la historia deportiva, fue en 1967, en las 24 Horas de Le Mans, cuando el vencedor, Dan Gurney, roció por primera vez a sus compañeros y a la multitud que tenía delante. Es una costumbre que nace de la tradición de bautizar a los barcos reventando una botella de esta bebida contra su buque. Se entiende que en los deportes consideras­en improceden­te reventar la botella contra la cabeza del vencedor, aunque habría sido más divertido. La tendencia se ha extendido a otros terrenos: U2 acaba sus conciertos rociando a los espectador­es con champán. Esta semana actúan en Barcelona, por cierto.

La próxima vez que el Barça de baloncesto celebre un título importante (esperemos que no tarde tanto como esta vez) hay una solución fácil. El grueso de la plantilla que se rocíe con champán. Y, en un rinconcito distante, a Diagné que lo rocíen con zumo de granada y rosas, como hacen en Bahréin desde el 2004, cuando por ley prohibiero­n el uso de champán en las celebracio­nes de la fórmula 1.

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