La Vanguardia (1ª edición)

Palabra de Aznar

- Pilar Rahola

Es como una especie de siniestro oráculo que baja a la tierra para avisar a los terrenales de las plagas que vendrán. Como un vocero de malos augurios. Resurge de la sombras, alza su voz bronca contra tirios propios y troyanos ajenos, y se permite dar lecciones de buen hacer político para salvar a España de sus ancestrale­s enemigos. Es don José María Aznar, otro tiempo presidente in péctore del reino, y hoy bien pertrechad­o líder de la derecha de siempre.

Por supuesto, ni me preocupa, ni ocupa que espere, agazapado, a la derrota electoral del PP en las catalanas para enviar cartas envenenada­s al amigo Mariano. Tampoco sorprenden sus posiciones contra la irredenta Catalunya, ni su rancia idea de la España más rancia. Don José Mari no sorprende a nadie, ni tan sólo a los propios, más allá de sorprender­se de lo poco que sorprende. Pero con independen­cia de sus posiciones ultramonta­nas, o de su cara de Cid Campeador a punto de batalla, lo que sí resulta irritante es que el hombre que intentó manipular la verdad de un mortífero atentado terrorista aparezca con aires de moralidad suprema y

El hombre que manipuló la verdad de un atentado terrorista aparece con aires de moralidad suprema

dé lecciones al mundo. Y más aún cuando quien denuncia ese intento de manipulaci­ón es –ojito avizor– el exdirector del Centro Nacional de Inteligenc­ia.

No es que el señor Jorge Dezcallar, emblemátic­o director del famoso CNI, haya dejado al rey Aznar desnudo, con su libro, donde desvela antipático­s secretos, sino que es mucho peor: ha mostrado sus entrañas. Y cuando las entrañas de un presidente de Gobierno degluten presiones para que el CNI mienta, usan la informació­n de un atentado sangrante para ganar elecciones y no respetan ni las reglas de juego democrátic­as, ni los organismos que las regulan, son entrañas muy negras. Será que tengo en mucho a las democracia­s vecinas, pero no me imagino que el director del MI6 británico hubiera hecho esta denuncia pública, asegurando que el presidente de la época intentó mentir sobre los atentados de Londres y atribuir la matanza por ejemplo al IRA, y el escándalo no fuera mayúsculo. De hecho, quizá eso es lo realmente escandalos­o: que en España no llega ni a la categoría de escándalo. Es decir, el jefe de los espías acusa al presidente del gobierno de algo tan grave como jugar políticame­nte con una matanza terrible, y no pasa nada.

¿Serán cosas como estas las que definen la marca España? Y no sólo no pasa nada, sino que don José Mari se pasea por las tribunas de Madrid como si fuera Diógenes con su lámpara, buscando a un hombre honesto. Como si no fuera él, quien hubiera apagado la lámpara. Hay que tener bemoles para ir dando lecciones de cómo gobernar un país y resolver sus problemas, cuando se han vulnerado las reglas mínimas de la democracia.

Si además nos acordamos del amigo Rato y el resto del pupitre, la cosa se pone estupenda. Y lo peor no es que Aznar no pida perdón. Lo peor es que encima no calla.

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