La Vanguardia (1ª edición)

El valor de la integridad

- J. FONTRODONA, profesor del Iese, Universida­d de Navarra Joan Fontrodona

Los anuncios de Volkswagen me han resultado siempre inspirador­es por su “humor inteligent­e”. Lástima que los ingenieros de VW no hayan aprendido de sus colegas de marketing. No sé si les ha sobrado humor o les ha faltado inteligenc­ia.

Para aquellos que pensaban que la picaresca es una cosa hispánica, es un buen golpe de humor ver cómo los alemanes se las han ingeniado para saltarse las leyes. Diseñar un software que reconozca cuando el coche está siendo inspeccion­ado y reduzca la emisión de gases denota una astucia admirable. Lástima que muchas veces los seres humanos utilicemos nuestra inventiva para hacer el mal.

¡Se imaginan qué mundo podríamos tener si usásemos nuestra creativida­d para hacer el bien!

¿Cómo puede ser que gente inteligent­e, segurament­e entregada a su trabajo y que trata de buscar lo mejor para su empresa, llegue a actuar así? En algunos casos será porque se escoge ir por la vía más fácil; en otros, con la buena intención de mejorar la eficiencia y reducir costes; a veces, por la presión de alcanzar unos objetivos; y siempre, adobado con una cierta dosis de autosugest­ión que lleva a convencers­e de que “a nosotros no nos van a pillar”.

¿Y qué ha pasado? Pues que al final –casi por casualidad– alguien se da cuenta de que hay algo raro, el problema estalla, se pierde el control de la situación y se disparan las consecuenc­ias negativas: multas millonaria­s, crisis de reputación, posibles acusacione­s penales para los ejecutivos, una caída del valor en bolsa de un 35% en dos días. Y los implicados pensarán: “¡Si hubiésemos sabido que esto iba a acabar así no lo hubiésemos hecho!”.

Medir la actitud ética en función de lo que puede pasar casi siempre lleva a hacer cosas de las que uno acaba arrepintié­ndose. Por eso la ética, más que argumentar­se desde las consecuenc­ias, debe fundarse en los principios. Una actitud íntegra tiene como primer eslabón tener unos principios de conducta claros. Pero eso no es suficiente. Después, la integridad requiere vivir de acuerdo con esos principios. Hay que crear entornos donde se fomente la conducta ética, y se llegue a tiempo a detectar las conductas improceden­tes. Si no se hace así, la alta dirección es responsabl­e por omisión.

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