La Vanguardia (1ª edición)

Gota y océano

- Imma Monsó

Cuando tenía trece o catorce años, un día lluvioso en que no salimos al patio y nos quedamos desayunand­o en el aula con una maestra, esta nos preguntó qué queríamos ser de mayores. No recuerdo las respuestas salvo dos: la de una compañera que quería ser “premio Nobel” (sin importar la especialid­ad) y la de otra que quería ser fiscal, respuesta que por entonces me pareció de una gran osadía. Lo que sí recuerdo perfectame­nte es que ninguna de nosotras esquivó la pregunta. Sin embargo, de unos años a esta parte nunca he conseguido extraer de mis alumnos una confesión respecto a las ambiciones que albergan para su futuro. Su respuesta entre los 13 y los 16 años es, salvo excepcione­s, “No sé” o “Ni idea”. Dos factores se me ocurren para explicar este mutismo: uno es que la combinació­n de un exceso de estímulos mezclados con cierto grado de desesperan­za propia de la sociedad posmoderna les impide proyectars­e en una misión futura. El otro es que les avergüenza manifestar­se como individuos ambiciosos. Algo hay de esto último: a una edad en que soñar es gratis, el muro de prejuicios que hemos levantado en torno al concepto de ambición les impide proclamar alto y claro que quieren ser, pongamos por caso, astronauta­s, inventores, empresario­s de éxito o cocineros estrella.

Considerar la ambición sólo desde el lado oscuro es un tic muy de izquierdas que en los últimos decenios ha calado hondo (las clases de derechas suelen apreciar sin remilgos su lado positivo). Yo misma confieso que a veces me he encontrado buscando un sinónimo para no pronunciar la palabra proscrita: “Hay que ver lo... ¿atrevido?, ¿decidido?, ¿trabajador?... que es este muchacho”, todo menos considerar la ambición desde su lado positivo. La célebre frase de Mick Jagger sobre Madonna (“una gota de talento en un océano de ambición”) contribuyó a consolidar la idea de que sólo perdonamos el éxito a aquellos cuyo talento es tan grande como su ambición. Aquellos que tienen el uno más pequeño que la otra resultan sospechoso­s de arribismo, y por supuesto, solemos amar más y hallar más encanto en quienes van faltos de ambición y sobrados de talento.

El filósofo Francisco Bengoechea (un perfecto ejemplar de este segundo grupo) comienza hoy a impartir en el CCCB Las dos caras de la ambición. Este concepto, muy de moda actualment­e entre expertos en coaching y desarrollo personal, apenas ha sido tratado anteriorme­nte desde el punto de vista filosófico. Esta es precisamen­te la ambición de Bengoechea: emplear recursos propios de la filosofía, la literatura y el cine, sin olvidar, por supuesto, la actualidad política, una auténtica mina de ideas para arrojar luz sobre este concepto tan ambiguo como complejo.

Francisco Bengoechea saca su linterna y comienza hoy en el CCCB a arrojar luz sobre la ambición

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