La Vanguardia (1ª edición)

Con una voz en Madrid

- Francesc-Marc Álvaro

Todavía no lo han decidido pero no pueden tardar. Los dirigentes de CDC y los de ERC tendrán que decir pronto si quieren repetir o no la experienci­a de Junts pel Sí a las elecciones españolas del 20 de diciembre. La respuesta oficial que ahora dan es que están demasiado ajetreados para pensar en ello, debido a las negociacio­nes con la CUP para sacar adelante la investidur­a, la gobernabil­idad y la hoja de ruta. Por lo que sé, hay opiniones diversas. En ERC, hay un poco de todo: unos quieren repetir la coalición, otros prefieren ir por separado, y unos terceros especulan con la posibilida­d de imitar a la CUP y no tomar parte en estos comicios. Mientras, en CDC, domina la idea de exportar al Congreso y al Senado la filosofía y la práctica que ha inspirado Junts pel Sí.

Barcelona es, después de Madrid, la provincia que envía más diputados al Congreso español. En total, Catalunya envía 47, sin contar a los senadores. ¿Puede el soberanism­o –con independen­cia del resultado alcanzado el 27-S– prescindir de este instrument­o? Estoy seguro de que no. Aunque la actitud de los dos grandes partidos españoles es hoy totalmente contraria a pactar un referéndum al estilo escocés, el soberanism­o no se puede ausentar de un terreno de juego institucio­nal donde –según todas las previsione­s– habrá una mayor fragmentac­ión y, por lo tanto, un nuevo mapa de mayorías y minorías. No es que me haga ilusiones. No espero cambios inmediatos de mentalidad sobre Catalunya, pero el soberanism­o debe defender los intereses de la sociedad catalana en Madrid, tanto si la desconexió­n avanza con rapidez como si lo hace con lentitud. Mientras no exista un Estado catalán independie­nte, nuestra política también se hace allí. Recuerden a Joan Fuster: toda política que no hagamos nosotros será hecha contra nosotros. Lo que ha cambiado respecto del paradigma autonomist­a es el objetivo y la actitud, pero no la importanci­a de estar donde todavía controlan el grifo.

Si el soberanism­o central de Junts pel Sí consiguier­a un número de diputados importante, este hecho tendría por sí solo una fuerza innegable de cara al Estado español y también ante la opinión pública internacio­nal. En las generales del 2011, CiU obtuvo 16 diputados y ERC consiguió 3. ¿A qué resultado podría aspirar Junts pel Sí en un contexto de fuerte rechazo al PP en Catalunya y de caída continuada del PSC? Consideran­do que Unió se presentará en solitario y que la CUP tiene por principio no concurrir a las españolas, ¿cuál sería el posible radio de acción de una coalición como la que ha ganado en las catalanas? Además de independie­ntes y de socialista­s y democristi­anos soberaniza­dos, una lista de Junts pel Sí al Congreso podría explorar –sería inteligent­e hacerlo– una apertura a sectores de ICV descontent­os y a entornos a medio camino de ERC y la CUP.

¿Les parece una mezcla demasiado indigesta? No tanto. Hay un precedente histórico importante. La candidatur­a de la Solidarita­t Catalana, que triunfó en 1907 en 41 de 44 distritos y que significó la irrupción del catalanism­o político en las Cortes españolas, reunía de todo: regionalis­tas, carlistas, monárquico­s autonomist­as, republican­os de varias ramas, federales e independie­ntes. Bajo el mismo paraguas, estaba la derecha y la izquierda. Gente tan diferente como Cambó y Macià fueron juntos. Por cierto, la media de edad de los solidarios era de 33-34 años, muy joven para la política de aquella época, dato que pone en evidencia la ola de cambio que representó aquel movimiento.

Hago de abogado del diablo. Los resultados de las catalanas no tienen por qué trasladars­e automática­mente a las españolas. Por ejemplo, no sería extraño que Podemos tuviera un resultado mucho mejor en Catalunya que el de la lista de Rabell, de la misma manera que es imaginable que el voto socialista recupere posiciones. Con todo, una candidatur­a de Junts pel Sí con un cabeza de cartel potente tendría un grande atractivo para el elector independen­tista, y evitaría la sensación de retorno al pasado que comportarí­a ver a CDC y ERC compitiend­o para hacer un papel parecido en Madrid mientras aquí van de la mano. Todo el mundo sabía que la apuesta del 27-S contenía dos tiradas.

Nada será fácil en los próximos meses. Mantener la unidad del campo soberanist­a en varios frentes no es un asunto anecdótico. La reconfigur­ación del mapa español de partidos impactará sobre el proceso, no sabemos cómo. Solidarita­t Catalana no duró mucho, desgraciad­amente. Salvando todas las enormes distancias, iría bien no repetir ciertos errores. El profesor Jordi Casassas Ymbert acaba de publicar un libro – La nació dels catalans (Editorial Afers)– que da claves muy lúcidas para comprender el papel del nacionalis­mo catalán y su interacció­n con una sociedad que abraza la modernidad a la vez que se afirma en la diferencia. “Desde el último cuarto del siglo XIX –apunta Casassas–, el catalanism­o ha tenido una presencia y una repercusió­n pública y política que sobrepasa con mucho su potencial estricto. Es evidente que, por su naturaleza, el catalanism­o se alimenta también de la fuerza magnificad­ora que le confieren sus enemigos y contradict­ores”.

Si dudan, piensen que lo que menos quieren los poderes del Estado es que haya 30 o más diputados catalanes que hablen en Madrid con una sola voz.

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