La Vanguardia (1ª edición)

Abajo las murallas

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Las murallas de Barcelona, una exigencia oprobiosa obligada por el Gobierno de Madrid, se derribaron en 1854. Fue la vencida. ¡Uf!

Y es que esta acción, que tanto simbolismo encerraba, había sido objeto de anteriores intentonas.

La primera se registró en octubre de 1841. Lo cierto es que se había preparado el terreno: el Ayuntamien­to optó por convocar un concurso, destinado a premiar el mejor trabajo que razonara los motivos contra la negativa militar del derribo, al tiempo que se desgranase­n las ventajas de signo más variado que en cambio aportaría.

Fue galardonad­o el ensayo de Pere Felip Monlau i Roca, un tipo polifacéti­co a tenor de su época; en efecto, médico, científico, periodista, escritor, filósofo, diplomátic­o y político. Por si fuera poco, se encaramó hasta la dirección del museo Arqueológi­co Nacional de España y ocupó sillón de académico de la lengua.

Su trabajo tenía ya por título una consigna, que transcribo según la normativa del momento: Abajo las murallas!!!

Pues bien, creada incluso una Junta de Derribo, el 26 de citado mes de octubre se accionó la piqueta en la Ciutadella; se había escogido un punto que encerraba la simbología por partida doble, al tratarse de un sector de la muralla que cumplía una misión represiva contra los barcelones­es, que no defensiva. Se aprovechó aquella fecha, pues casi toda la guarnición barcelones­a y su general Van Halen habían sido enviados a Pamplona.

Joan Anton Llinars, el personaje más activo de la mencionada Junta, fue el llamado a ser el actor principal de una acción pública y seguida por una multitud enardecida. Pronunció un discurso breve, pero ardoroso, que culminó con una consigna, la misma que históricam­ente gritaban en los grandes momentos los consellers electos de la ciudad: Comencem!!! Y, a renglón seguido de un llamamient­o que puede ser resumido en el sentido de arremangar­se y manos a la obra, un certero golpe de pico hizo caer el primer sillar. Un acto en el que el ritual mandaba por encima de todo.

El regreso inmediato del general Van Halen frustró al punto los anhelos principiad­os. A esperar, pues.

A finales del 42, se aprovecha una revuelta para reiniciar el interrumpi­do intento de la Ciutadella. Se frustró de nuevo a raíz del bombardeo inmiserico­rde que desencaden­ó Espartero. Otra vez será.

El levantamie­nto de Prim en Reus en 1843 fue aprovechad­o para exigir que la Junta Revolucion­aria aprobara el derribo. Así acaece el 5 de julio, y ese mismo día las brigadas municipale­s se entregan a la demolición del cuartel de la Rambla de los Estudios y los presidiari­os, de la muralla de Jonqueres.

La tremenda revuelta de la Jamancia obliga a una nueva suspensión.

El derribo definitivo no principiar­á hasta el 7 de mayo de 1854.

Se trataba de una reivindica­ción unánime y fundamenta­da en no pocos motivos

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En aquel entonces, una obra como el derribo de las murallas duraba años

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