La Vanguardia (1ª edición)

Elvira en la playa

- Julià Guillamon

USiento un respeto reverencia­l por los libros, porque en casa de mis padres no había muchos

na semana antes de irme de vacaciones me entró la perra de leer a Elvira Augusta Lewi. Es uno de aquellos nombres que se arrastran por las bibliograf­ías sin pena ni gloria. El olvido que pesa sobre las cosas del país es tan denso que hasta llegar a estas figuras secundaria­s hay que rascar mucho y no siempre se tienen suficiente­s ganas. En los años treinta, Lewi colaboraba en las revistas de moda. En una de ellas –la Revista Ford, que era una especie de D’Ací i d’Allà editada lujosament­e por el fabricante de coches– escribía sobre interiores modernos, arquitectu­ra racionalis­ta y objectos de arte (hoy diríamos objetos de diseño). Me interesaba saber cómo eran los cuentos y las novelas de una mujer que se movía en este ambiente. Los busqué de viejo, los encontré y me los llevé en la maleta.

Pasados los primeros días llegó la disyuntiva. Me había pasado la mañana escribiend­o. Por la tarde tenía ganas de ir a la playa, y también tenía ganas de leer los libros que me había traído con tanta ilusión. Si los dejaba en casa, al regresar por la noche, cansado del sol y del mar, se me caerían de los dedos. Cogí el librito Un poeta i dues dones, publicado per Edicions Proa en 1935, lo metí en una carpeta de plástico que cerraba bastante bien y lo deslicé dulcemente entre dos toallas. Lo saqué en la arena y empecé a leer. Fue una experienci­a inolvidabl­e. Arrastro un respeto reverencia­l por los libros, porque en casa de mis padres no había muchos. Me paso a la vida hurgando entre papel viejo, en casa y en los archivos. Cuando monto exposicion­es y un libro de esos va a parar a la Reserva, si por lo que sea quiero consultarl­o, los responsabl­es de conservaci­ón me invitan a enfundarme guantes blancos. ¡Pero cuando escribió Un poeta i dues dones Elvira Augusta Lewi tenía diecisiete años! ¿Qué mejor que ochenta años después alguien coja su libro y se lo lea en la playa?

Después de Un poeta i dues dones me ventilé (nunca mejor dicho) Els habitants del pis doscents, el segundo libro de Elvira Augusta Lewi, que me gustó más que el primero, los libros de Carme Monturiol, de Anna Murià, releí, en la primera edición, Vida privada de Josep M. de Sagarra y todas las novelas de Carles Soldevila: Valentina, con aquella orla roja tan elegante, y Moment musical, con la pastilla azul celeste, preciosa. ¿Qué más da si entre las páginas queda un poco de arenilla, si una gota de agua salada cae sobre aquellas líneas en las que Soldevila explica que Valentina, en su casa de Pedralbes, toma el sol en el jardín y hojea una revista? Frente a aquella fantasía que sostiene que los libros nos invitan a vivir otras vidas, como piratas y aventurero­s, y nos proyectan por el túnel del tiempo hasta una era de caballeros y de tanques de división Lecrerc, ahora son los libros los que, lejos de la sombra polvorient­a de las biblioteca­s, vuelven a vivir la vida de antes, cuando sus héroes se reflejaban en los ojos de las chicas en maillot y el tupé de los jóvenes deportivos.

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