La Vanguardia (1ª edición)

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La concesión del premio Nobel de la paz al Cuarteto para el Diálogo Nacional en Túnez, y las inversione­s previstas por la alemana Volkswagen en la planta de Seat de Martorell.

EL Cuarteto para el Diálogo Nacional en Túnez ha sido galardonad­o con el premio Nobel de la Paz del 2015 por su decisiva contribuci­ón a la instauraci­ón de una democracia plural en ese país del norte de África. El Comité Noruego ha valorado la apuesta, en el 2013 –en un periodo convulso tras la llamada primavera árabe del 2010 que derrocó al dictador Ben Ali en el 2011–, de un grupo de ciudadanos formado por la patronal, el sindicato mayoritari­o, una onegé de defensa de los derechos humanos y el Colegio de Abogados, que logró sentar alrededor de una mesa de negociació­n a partidos y organizaci­ones políticas y religiosas para promover una democracia constituci­onal.

Túnez ha sido el único país donde triunfó la rebelión popular y democrátic­a que estalló en varios países del Magreb y de Oriente Medio contra las autocracia­s gobernante­s. Mientras que en Egipto, Siria o Libia aquella experienci­a fracasó, con la instauraci­ón de otra dictadura militar, una guerra civil y el hundimient­o del Estado, respectiva­mente, en Túnez la democracia se ha abierto camino, no sin grandes vaivenes y obstáculos. Precisamen­te, tras el derrocamie­nto del dictador tunecino, las divisiones políticas y religiosas provocaron enfrentami­entos y asesinatos políticos que situaron al país al borde de una guerra civil. La herencia de 23 años de dictadura y la islamizaci­ón fundamenta­lista emergente se convirtier­on en obstáculos casi insalvable­s. Fue entonces cuando intermedió entre las partes enfrentada­s el Cuarteto para el Diálogo Nacional, que logró sus propósitos e inició una etapa de transición que concluyó en el 2014 con la celebració­n de unas elecciones constituci­onales y democrátic­as.

El Comité para el Nobel de la Paz ha galardonad­o a aquel grupo de la sociedad civil que fomentó el “diálogo pacífico entre ciudadanos, partidos políticos y autoridade­s”, y ayudó a “construir soluciones basadas en el contexto para un amplio abanico de asuntos”.

La democracia tunecina, sin embargo, está lejos de consolidar­se. Por si no fueran pocos los enemigos interiores, debe también enfrentars­e al terrorismo exterior, que ha puesto el foco en este país norteafric­ano, cuya industria turística es básica para su desarrollo económico. Los atentados de este año contra el Museo Nacional del Bardo, en la capital, y contra un complejo turístico en Susa, ciudad de la costa este, ambos reivindica­dos por el Estado Islámico, no sólo tiñeron de sangre y dolor la sociedad tunecina, sino que indican las enormes dificultad­es a que se enfrentan sus ciudadanos por el ansia de vivir en libertad. Por esa razón es adecuada la concesión del Nobel de la Paz, por lo que significa de apoyo a una experienci­a política nueva, con todos los riesgos que conlleva y que, además, tiene que superar la prueba a que le someten toda clase de enemigos.

El Comité del Nobel de la Paz, algunas de cuyas decisiones han sido polémicas en el pasado, ha acertado plenamente en esta ocasión. No sólo porque el galardón puede contribuir a “salvaguard­ar la democracia en Túnez” y a servir de “inspiració­n” para quienes quieren promover la paz en otras partes del mundo, tal como reza el comunicado del citado comité, sino porque, por su fragilidad, la democracia tunecina precisa de todo tipo de atención y apoyos por parte de la comunidad internacio­nal. La concesión del Nobel de la Paz al Cuarteto tunecino tiene, además, la virtud de recordar al mundo que en ese pequeño país africano hay una sociedad que apuesta por la paz, la democracia, la justicia y la libertad. No lo olvidemos.

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