La Vanguardia (1ª edición)

El emigrante frente al magnate

- Xavier Mas de Xaxàs

Jorge Ramos es el periodista hispano más popular y solvente de Estados Unidos. Nació en México DF hace 57 años. Llegó a Estados Unidos en 1983 con un visado de estudiante y los bolsillos vacíos. Tres años después, sin embargo, empezó a presentar el noticiario de la noche en Univisión y aún sigue haciéndolo. No hay informativ­o más importante para la comunidad latina. Dos millones de personas lo ven cada día. Ha entrevista­do a todos los presidente­s desde George H. W. Bush, escribe columnas para los periódicos, dirige dos programas más de actualidad y ha publicado once libros. El último se titula Tierra de todos y está dedicado “a los inmigrante­s indocument­ados”.

Donald Trump es uno de los empresario­s más ricos de EE.UU. De su padre heredó un negocio inmobiliar­io que le ha permitido amasar una fortuna de 4.000 millones de dólares. Pone su apellido a todo lo que compra y construye, y hoy es el candidato republican­o mejor colocado para asaltar la presidenci­a en las elecciones del año que viene. El establishm­ent republican­o no lo quiere –prefiere a Jeb Bush–, pero él tiene más dinero que nadie y va a seguir en carrera. Mientras sus rivales han de recaudar fondos, él tira de chequera.

Ramos tiene fama de discreto y humilde. No levanta la voz, ni recurre al cinismo, herramient­a muy habitual de muchos creadores de opinión. Lamenta que los informador­es con más audiencia sean todos comediante­s.

Trump es vulgar y busca el enfrentami­ento. Sabe que da espectácul­o. La audiencia se frota las manos. Lleva 14 temporadas con El Aprendiz Célebre, un reality que emite la NBC y ven seis millones de personas. Los concursant­es aspiran a un contrato en las empresas Trump. Él los atornilla tanto como puede.

Si gana la presidenci­a, Donald Trump ha prometido expulsar a los once millo- nes de inmigrante­s sin papeles, no reconocer la nacionalid­ad a los hijos de estas personas nacidos en Estados Unidos y construir un muro a lo largo de la frontera con México. De los mexicanos ha dicho que “traen drogas, traen crimen, son violadores y algunos creo que son buena gente”. El año pasado, cuando el cineasta Alejandro González Iñárritu ganó el Oscar con la película Birdman, dijo que “ha sido una gran noche para México; como es habitual en este país”.

Ann Coulter, una de las principale­s asesoras de Trump, considera que la cultura hispana es deficiente. A finales de agosto, presentó un mitin de Trump en Dubuque (Iowa). Durante una rueda de prensa previa al acto electoral, Ramos, sentado en primera fila, se puso de pie: “Señor Trump, tengo una pregunta sobre inmigració­n”. Trump le pidió que se sentara, porque no le había dado la palabra. Ramos siguió de pie, insistiend­o. “Siéntese, siéntese”, le replicó Trump. “”Soy un periodista, un inmigrante y tengo derecho a hacer una pregunta”. “No, no lo tiene. No le he dado la palabra. Vuelva a Univisión”. Dos agentes lo sacaron de la sala.

Un hombre se cruzó con Ramos en el vestíbulo. “Váyase de mi país”, le dijo. Diez minutos después, y tras la insistenci­a de un par de colegas, Trump mandó llamar a Ramos y le permitió preguntar sobre las deportacio­nes masivas, el muro de 3.145 kilómetros y la ciudadanía de los hijos de los indocument­ados. “¿Cómo piensa hacerlo?”. “De una manera muy humana –respondió el magnate–. Tengo más corazón que usted”.

Ramos cree que las presidenci­ales de 2016 pivotarán sobre la desigualda­d. Trump, sin embargo, considera que lo harán sobre la capacidad de gestión de los políticos, y no cree que haya nadie más competente que él. Es arrogante y cabalga a lomos del populismo. Hace diez años era un demócrata admirador de Bill Clinton pero hoy apela al instinto conservaci­onista de los blancos. Patria, raza y religión. Las encuestas le van tan bien que difícilmen­te va a devolver el genio a la botella. Le da titulares, audiencia. El Partido Republican­o, después de ocho años de oposición frontal a Obama, le ha abierto el camino.

Trump insulta a los mexicanos y le va tan bien que no piensa devolver el genio del populismo a la botella

Ramos, mientras tanto, moviliza a los 55 millones de latinos. En el Capitolio no tienen la representa­ción política que les correspond­e porque votan poco. A falta de diputados y senadores, él defiende sus intereses. Muchos periodista­s critican que no sea imparcial, que lleve el periodismo al terreno personal. Él responde que el periodismo es cuestión de valores y justicia, de integridad y honestidad.

A Trump le aburre tanta moralina. Prefiere subir a una colombiana al estrado, como el jueves en Las Vegas, y decirle que es muy guapa aunque no sea verdad. Ella grita que “los latinos amamos a Trump” y la gente aplaude a rabiar.

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SCOTT OLSON / GETTY Ramos intenta preguntar a Trump, el pasado mes de agosto en Iowa, pero este pide a los agentes de seguridad que lo saquen de la sala
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