La CUP prodigiosa
El espectáculo de la CUP es fascinante. De hecho, esta formación minoritaria consiguió ser el eje de la información política durante esta semana y casi desde el día siguiente a las elecciones. Tiene todas las cualidades: discurso sólido, compatible con una sorprendente capacidad de cambio de criterio y de análisis del mensaje de las urnas; espíritu revolucionario que no decae por el hecho de acercarse al poder; altísima valoración de su propio poderío; ensalzamiento coral de sus diputados, de acuerdo con la idea de presidencia coral que insinuó para la Generalitat, y concepto también altísimo, casi fundamentalista, del valor de su función de llave para la formación de gobierno y para investir a su presidente.
Hablo de cambio de análisis de las urnas, porque la CUP fue el partido independentista que dijo que no se había obtenido la mayoría de los votos, con lo cual no se podía acometer la independencia. Algún mensaje supremo se cruzó en su camino, porque a los once días (264 horas) estaba exigiendo gestos que hicieran irreversible la ruptura. Nada de esperar a tener presidente ni otras menudencias: lo importante es la ruptura. Esa versatilidad de mensaje y su rapidez es una cualidad frecuente en la política española, pero la CUP batió los récords de velocidad. Por si vale la comparación, Artur Mas tardó varios años en pasar de decir que la independencia era un concepto antiguo a aceptar que es lo moderno y necesario para Catalunya.
Hablo de espíritu revolucionario no contaminado por el poder, porque la CUP mantiene intacto su programa económico y social y no ofrece síntomas de renunciar. No es, para entendernos, como Podemos, que, según interpretación de Pedro Sánchez, se ha moderado para conseguir el voto de las capas medias. La CUP es sólida y de condiciones firmes. Si se es anticapitalista, se es para siempre. Lo prodigioso es que Raül Romeva declare al día siguiente, y no a título personal, sino como cabeza de lista de Junts pel Sí: “Estoy de acuerdo prácticamente en todo lo que planteó la CUP”. Ya lo pueden volver a aclamar como president, detalle hecho para tranquilizar a Mas.
Y hablo de altísima valoración de su poderío, porque es lo que demuestran con indiscutible autoridad. Logran que el proceso constituyente parezca iniciativa suya. Son capaces de alterar el orden de la hoja de ruta de Mas y Junqueras. Son también capaces de distinguir qué leyes españolas y qué sentencias del Tribunal Constitucional se pueden cumplir y cuáles deben ser “democráticamente” desobedecidas. Mantienen el suspense de la investidura del president con una maestría que Hitchcock quisiera. Y sueñan permitirse el extraño privilegio de echar a Artur Mas, vetar a sus consellers y provocar la repetición de las elecciones.
Y todo eso, con 10 modestos escaños frente a los 62 de Junts pel Sí. Y se les suben a las barbas. Y consiguen mantener al país en vilo, esperando su próxima palabra. No me digáis que no es fascinante. Con 10 escaños, repito, pero le sacan el jugo como si fueran ciento. O ciento y la madre, que dirían en mi pueblo. Y la madre puede ser Romeva.