Tópicos y mitos
Caen los mitos y se desmontan los tópicos. Evidencia de la larga transición hacia alguna parte por la que estamos circulando desde hace tiempo. Demasiado tiempo. Sin tener clara la destinación final sólo sabemos que venimos de lo que Miguel Sebastián ha dado en llamar “la falsa bonanza”. Aquella de la que el gobierno Zapatero, del que formó parte, se benefició y que, por no haber sabido corregir a tiempo sus perversos efectos, sucumbió. Eran días de vino y rosas. Momentos del mito del crecimiento permanente, de la ruptura de los históricos ciclos económicos, de cuando no pedir un préstamo era una ingenuidad y no tener hipoteca un error. Era cuando las empresas sólo podían superarse a sí mismas, ejercicio tras ejercicio, hasta el infinito. Un horizonte lejano hacia el que había que galopar, galopar hasta enterrarlos en el mar.
Pero las aguas también escondían turbias decisiones que han acabado provocando terribles consecuencias. Volkswagen es el penúltimo ejemplo. Y con la caída del velo de la falsa seriedad que le otorgaba otra incierta sol-
Ha sido un tópico reiterado hasta el cansancio que el concierto vasco era intocable
vencia, nos hemos dado de bruces con la ambición ilimitada de un sello grabado a fuego sobre un país, Alemania, sinónimo hasta ahora de rigor, tesón y esfuerzo. Trilogía convertida en referencia. Detrás de la máscara de poderosa contundencia descubrimos que los germanos también pueden ser pícaros. O intentarlo. Que la condición humana no conoce de límites geográficos y que el norte puede ser tan fraudulento como el sur, quizás porque la globalización lo contagia todo. Definitivamente, los mitos sofocan la verdad. Y aquí la tenemos. Desnuda ante el mundo a la búsqueda de una contabilidad imposible y unas previsiones imparables.
Los mitos caen con la llegada de las evidencias como los tópicos se convierten en un ahorro del pensamiento, en sentencia del filósofo Aurelio Arteta ampliamente descrita en su libro Tantos tontos tópicos. Y ha sido un tópico reiterado hasta el cansancio que el concierto vasco era intocable. Que viene de lejos y que ni siquiera Franco se atrevió a revocarlo. Que Aznar no lo cuestionó ni cuando en pleno plan Ibarretxe cortó las relaciones institucionales con Euskadi. Que lo ampara la Constitución, se ha argumentado como blindaje, hasta que es la misma Constitución la que va camino del taller de reparaciones.
Veremos cómo acaba la polémica ahora que nuestros políticos marcan tantas líneas rojas que están agotando la tinta y el tinte. Líneas que acabarán cruzadas, casi todas, porque la corriente de la voluntad popular mayoritaria no se podrá contener hasta que se perciba y demuestre que hemos cambiado de siglo e incluso de milenio. Que no podemos vivir de recuerdos, ni apenas de tradiciones. Y que el futuro que estamos escribiendo renovará tópicos y alzará nuevos mitos sin los cuales los sueños serán imposibles.