La Vanguardia (1ª edición)

Como una ola

- Susana Quadrado

La barbilla un poco elevada. Las cejas en posición ascendente. Los labios ligerament­e fruncidos. Un apéndice de la mano en alto, aquel que señala, acusa, apunta, da la tanda e incluso parece conversar solo. La vicepresid­enta volvió ayer a su gesto habitual, a su reconocibl­e sintaxis facial, con la que lo dice todo sin decir mucho. Aquí servidora pegó la nariz al televisor cuando era la hora del almuerzo, mientras se agotaba la paciencia y el postre del menú del bar. Comparecía la vice, paren máquinas, y una quería comprobar si era la Soraya de día a la que nos tienen acostumbra­dos o la Soraya de noche que se arrancó a bailar en la televisión a lo Michelle Obama aunque con menos poderío, lo siento. Primera conclusión cogida al vuelo, adiós a la sintaxis corporal. Debió de pensar ella ayer: salgo a la rueda de prensa con humildad, sin risas, y me mantengo en un tono formal todo el tiempo, que yo soy así, seria y formal. Hubo un momento en que dejó fija su mirada a cámara y parecía preguntarn­os: –¿Qué miráis? ¿sois tontos o qué? No sabría decir si me disgustó más eso que saber según qué de lo que contó en El Hormiguero. Que a Rajoy “le gusta ir a bodas y es muy divertido” y “que es un bailongo”. Que si ella tuviera que elegir una canción para un karaoke sería Como una ola... Más que una ola, su paso por la televisión fue un tsunami en el universo Twitter, allí donde todo es superficia­l. Aunque la resaca se dejó notar en tierra firme. Se pregunta una si Soraya conoce esa parte del estribillo que dice así: “Como una ola/ Y yo quedé prendida a tu tormenta/ Perdí el timón sin darme apenas cuenta”.

Lo de su baile coral en prime time fue to- do menos “un Iceta”. Ante el candidato bailón del PSC, nos quitamos el sombrero una y dos veces, por el meneo espontáneo, natural, desenfadad­o, divertido, simpático, a medio camino entre Bryan Ferry y el oso Baloo (este símil no es mío, lo cojo prestado). Nada que ver con los pasos de la vicepresid­enta. No por ser ella. Ni por cómo se mueve. Ni porque no tenga derecho a reír y ser feliz. Ni mucho menos por el baile. Bailar es un ejercicio que relaja, sobre todo si se practica en pareja. No por todo eso, sino porque en la noche del miércoles se la vio sobreactua­r como si el plató fuera un teatrillo, el belén que anunció Guy Debord en La sociedad del espectácul­o. ¿Sería mucho pedir que dejaran de desconcert­arnos?

Los políticos que más gustan no suelen ser los sosos, los insípidos o los que se comportan como si vivieran siempre estreñidos o con un terrible dolor de muelas. Para que la gente les quiera más no creo que la fórmula sea la de la payasada televisada. Pero ahí tienen a los gurús de campaña metiendo a sus jefes en estos shows convencido­s de que eso les aporta frescura o que así se humanizan a sí mismos. A la vicepresid­enta, sin ir más lejos, ya le han hecho una reserva para antes de las elecciones en el programa Planeta Calleja, de Cuatro. A Nepal se llevó Jesús Calleja a Bisbal, y al Ártico a Bustamante, y a Perú a David Muñoz. A ver adónde se lleva a la vice, que igual no vuelve entera. Y sería una pena porque seguro que ella no querrá perderse el baile de Nochebuena.

Del baile precocinad­o en ‘El hormiguero’ a ‘Planeta Calleja’: la política se convierte en un teatro con malos actores

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