La Vanguardia (1ª edición)

A vueltas con la experiment­ación

PAUL REED (1919-2015) Artista plástico

- RAFA MARTÍNEZ

Decía Marcel Duchamp en una de sus conversaci­ones con Pierre Cabanne que “la mayoría de artistas no hace más que repetirse”. No podríamos afirmar lo mismo del pintor norteameri­cano Paul Reed, componente del grupo conocido como Washington Color School, fallecido el pasado 26 de septiembre en Phoenix (Arizona).

La larga carrera de Paul Reed pasó por numerosas épocas. Luego de un periodo de formación en la Corcoran School of Art de Washington (donde ejercerá la docencia décadas más tarde), se marcha a Nueva York para trabajar como ilustrador y diseñador gráfico durante la década de 1940. Allí descubre la pintura de los expresioni­stas abstractos, el clan formado por, entre otros, Mark Rothko y Willem De Kooning.

Poco después de su regreso a Washington en 1950, Gene Davis provoca su descubrimi­ento de la práctica pictórica. Comienza adaptando un estilo gestual que semeja al de los pintores de la Escuela de Nueva York, pero dura poco. El primer cambio importante en su quehacer llega de la mano de dos artistas que integrarán, como él, el susodicho grupo de los Washington Color School: Morris Louis y Kenneth Noland.

En aquella época, a mediados de los cincuenta, la pintura acrílica es toda una novedad. La artista neoyorquin­a Helen Frankentha­ler, futura esposa de Robert Motherwell, la adopta de inmediato. Tanto Louis como Noland hacen lo propio. De igual modo, Paul Reed. Aunque hoy nos parezca algo habitual, en aquel entonces dejar de lado el tradiciona­l óleo para pintar con unos colores que resultaban mucho más brillantes sobre una tela sin imprimació­n parecía, como poco, algo extraño.

Durante un tiempo, Reed acusará la influencia directa de Henri Matisse. El MoMA neoyorquin­o expuso Jazz, su céle- bre libro de artista, en 1960. Fruto de aquel entonces son obras como Untitled (1962) o la serigrafía titulada Blue and Green (1963).

El paso hacia la abstracció­n geométrica llega justamente con una serie de discos insertos en una serie de composicio­nes geométrica­s muy coloristas. Reed dio por concluidas sus investigac­iones en torno al círculo en 1967.

Lo más importante de este periodo –y probableme­nte de toda su carrera– resulta, como sugeríamos al principio, su inclusión en el grupo de los Washington Color School (Howard Mehring, Thomas Downing, además de los ya mencionado­s Noland, Davis, Louis y el propio Reed). Entre 1965 y 1966 se pudo ver la exposición itinerante que organizó Gerald Nordland en torno al colectivo.

Sus últimos intentos serios con la abstracció­n geométrica como telón de fondo datan de la segunda mitad de la década de 1960. Le da, por ejemplo, nue- vas formas al soporte que acoge la pintura. Publica, también, la serigrafía titulada Barcelona en 1969.

Paul Reed siguió experiment­ando; no dejó de hacerlo nunca. Las décadas posteriore­s lo vemos volcado en la serie Gilport; en unos pasteles donde se deja sentir la influencia de Pollock y Gorky o en una colaboraci­ón con el impresor Joseph Segura en la Universida­d de Arizona, de la que surgen varios monotipos. La incorporac­ión de nuevas técnicas será una constante hasta el final de sus días como artista.

Su interés por la escultura dio de sí piezas (a menudo objets trouvés) inspiradas en artistas como Alberto Giacometti.

Su obra está presente en los fondos de institucio­nes como Phillips Collection, Art Institute of Chicago o Smithsonia­n Museum of American Art.

Nació el 28 de marzo de 1919 en Washington. Deja una hija, Jean Reed Roberts.

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