Revolución submarina
El submarino catalán ‘Ictineu 3’ se sumerge entre los restos de un barco del siglo I a.C. en El Port de la Selva
En 1894, el erudito vecino de El Port de la Selva Romualdo Alfaras, pionero en arqueología subacuática, descubrió a más de treinta metros de profundidad un barco cargado con ánforas. Con el único objetivo de divulgar la historia marítima y sin afán de hacer negocio, contrató a tres coraleros para extraer parte de la carga, analizarla y estudiarla. Incluso llegó a escribir un artículo con todo lujo de detalles en una publicación científica. Un año más tarde, Alfaras quiso repetir la operación, pero la Comandancia Marítima se lo prohibió a no ser que vendiera las ánforas que recuperara y repartiera los beneficios con el Estado; algo a lo que Alfaras se negó rotundamente y dejó de trabajar en el fondo marino.
Ciento veintiún años después del descubrimiento de aquel yacimiento, bautizado como Cala Cativa I, los arqueólogos submarinistas del Centre d’Arqueologia Subacuática de Catalunya (CASC) han podido analizar los restos que se conservan, con la ayuda por primera vez del submarino catalán Ictineu 3, uno de los más avanzados tecnológicamente del mundo. Los restos hallados forman parte de un barco de unos 8 o 9 metros de eslora que data del siglo I a.C. y que presenta las mismas características arquitectónicas que otra embarcación hallada en el yacimiento próximo de Cap de Vol, que son propias del mundo ibérico. Del barco sólo se conserva parte del casco de madera, la quilla y las cuadernas, así como fragmentos rotos de las ánforas que los coraleros contratados por Alfaras extrajeron hace más de un siglo, antes incluso de que se excavara Empúries. A falta del análisis de esos fragmentos, el responsable del CASC y director de la excavación, Gustau Vivar, sospecha que estas ánforas contenían vino procedente del área de Badalona, Mataró y del Besòs, una amplia zona de producción vinícola en el siglo I a.C., y que tenían como puerto final Narbona.
El submarino Ictineu 3, el segundo más potente de Europa y el noveno del mundo, ha sido probado por primera vez en este yacimiento arqueológico. Han sido necesarios once años de trabajo, más de 90 horas de R+D+I y tres millones de inversión para crear un artilugio, con capacidad para un piloto y dos científicos, que marcará un antes y un después en la investigación arqueológica del fondo marino. Entre otras cosas porque puede alcanzar una profundidad de 1.200 metros; también por su autonomía, que le permite recorrer hasta 40 km y porque permitirá a los arqueólogos hacer observaciones de hasta tres horas para documentar mejor los restos hallados. Teniendo en cuenta que los submarinistas, con los equipos de respiración autónomos de que disponen, no pueden sobrepasar los 50 metros de profundidad y que cada media hora de inmersión deben hacer una hora de descompresión, las posibilidades que ofrece la técnica son enormes. “Ahora tenemos las herramientas para documentar todos los restos que tenemos en nuestras costas y por primera vez se nos abren expectativas superiores a las empresas privadas que hasta ahora disponían de robots que servían para la caza de tesoros”, explica Vivar. Hasta ahora el CASC tenía documentados unos 820 yacimientos frente a las costas catalanas, la mayoría situados a una profundidad de entre 0 y 30 metros. “Ahora podemos llegar allí donde los expoliadores de yacimientos submarinos no han podido hacerlo”, destacaba el creador y director del Ictineu 3, Pere Forés.
No ha sido el submarino la única herramienta tecnológica empleada en esta campaña. Un acuerdo con el departamento de Antropología de la Universidad Southern California ha permitido a los buzos probar iPads acuáticos, lo que les ha permitido documentar informáticamente y al instante los restos del barco. Una revolución submarina en toda regla.
El artilugio, que alcanza 1.200 metros de profundidad, marcará un hito en la arqueología submarina