El problema del tren
La revista ‘F’ de Foment celebra su primer aniversario con un diálogo Catalunya-España
Si esto fuera un problema, se plantearía más o menos así: tenían que establecer un diálogo entre Madrid y Barcelona, eufemismo de España y Catalunya. Estaban en el Palau Macaya, en una sala con columnas desde donde disparaban los fotógrafos. Menos del diez por ciento de los asistentes eran mujeres, entre las que se encontraban la editora de Destino Anna Soldevila y la directora de Granta, Valerie Miles. Todos los hombres iban con traje o chaqueta excepto dos, uno era Arturo San Agustín. A su lado se sentaba Fèlix Riera. También estaban Miquel Roca Junyent, Lluís Recoder y Carles Gasòliba.
Fue durante el primer aniversario de la revista F, que según el presidente de la organización patronal Foment del Treball, Joaquim Gay de Montellà –corbata muy rosa– sustituye a una publicación vetusta desde que la dirige Valentí Puig. Su diseño es exquisito y su contenido interesante, lo que hace feliz a su editor, el presidente del Grupo Planeta, Josep Creuheras.
F. La revista del Foment fomenta la reflexión y el uso de la lupa porque, como todo lo importante, tiene la letra pequeña. Creuheras hizo una observación. La versión en catalán correspondiente a este otoño y al susodicho diálogo se titula: “Hi ha algú aquí?”. Mientras que la versión en castellano es: “¿Hay alguien ahí?”. Sutilezas de la traducción.
La conversación se basaba en dos artículos enfrentados. Uno es de Antoni Puigverd, El choque y los
airbags. Los airbags son indispensables para amortiguar golpes y salvar vidas, pero ¿quién quiere ser airbag, teniendo en cuenta que revientan? El otro artículo es del reciente premio Nacional de Poesía Luis Alberto de Cuenca, que no estaba; en su lugar habló César Antonio Molina. Como suele pasar, el diálogo fue más bien una sucesión de monólogos, moderados por el director del Palau Macaya, Josep Ollé. No hubo discusión, pero Molina matizó un apunte de Puigverd por el que todos los gobiernos españoles habrían maltratado a la cultura catalana; el exministro y exdirector del Instituto Cervantes aseguró que no es cierto que traten mejor a unas culturas que otras, porque las tratan a todas igual de mal. Recordó su amistad con el editor Jaume Vallcorba, dijo que si España se separaba de Catalunya tendría que llamarse “Confederación Hidrográfica del Duero, el Tajo, de parte del Ebro, el Guadiana y Guadalquivir”, y espera que Pasqual Maragall “siga recuperándose”.
El conseller Ferran Mascarell iba a cerrar el acto con el típico y breve discurso institucional, y rápido, porque Molina debía coger el AVE a las nueve y cuarto para que al día siguiente sus alumnos no lloraran su ausencia en la universidad, según dijo. También dijo que tienen veinte años y la Constitución de 1978 les suena como a nosotros la de 1812. No sé qué pensó Roca al respecto. Eran casi las nue- ve y Mascarell no se contuvo. Respondió a algunas cuestiones tratadas en el no diálogo, contó que el Cervantes (entonces no lo dirigía Molina) le sugirió a Raimon que cantara unos temas en castellano. Y que la pregunta de la charla tendría que haber sido: ¿por qué, habiéndose hecho tantos debates sobre este tema con gente de buena voluntad en los últimos 200 años, aún no se ha resuelto? Pero, en fin, le sabría mal que Molina perdiera el tren.
“César, vete”, le dijo Gay de Montellà, y se levantó para echarlo cariñosamente mientras, en el público solemne, algunos daban palmas para convencerle. Y eso que antes el presidente de Foment había dicho: “Ens agrada molt el seny i no ens agrada la rauxa, ens agrada el futur i el passat a la biblioteca”. Nada. Molina se quedó escuchando a Mascarell hasta el final y cuando acabó, se fue corriendo. Si esto fuera un problema, podría plantearse de muchas maneras: ¿hizo el conseller de Cultura que el exministro de Cultura perdiera el tren? ¿A qué velocidad tuvo que irse Molina, teniendo en cuenta su resistencia? De quedarse, ¿habríamos presenciado un choque de trenes? En tal caso, ¿qué fuerza G debería tener el airbag para ser eficaz? ¿Hay alguien en Renfe?
Soy de Letras, así que dejo la física a quienes siguen buscando fórmulas para saber estar aquí y ahí, y me introduzco en el realismo mágico del último libro de Salman Rushdie, Dos años, ocho meses y
veintiocho noches (Seix Barral/ Proa). En el siglo XIX, escritores y lectores coincidían en lo que era la realidad, pero hoy la realidad es una locura, explicó Rushdie el jueves ante casi medio millar de personas, en el hall del CCCB. Por eso en su novela, homenaje a los cuentos orientales, hay personajes que levitan, terroristas fundamentalis- tas con superpoderes, y yinns, esos genios traviesos y lascivos que mienten y conceden deseos que no siempre conviene tener.
De hecho, entrevistado por el presentador oficial de los grandes autores anglófonos, Rodrigo Fresán, Rushdie aseguró que no desearía una vida distinta, porque entonces no habría escrito los libros que ha escrito (cada uno como si fuera el último y dándolo todo; cuando acaba, está lobotomizado), ni habría tenido los hijos y amigos que tiene. “Tal vez desearía más pelo”. Y Fresán: “¿Y qué harías con más pelo?”. Respuesta: “Volver a perderlo”. Aunque bien pensado, quizá sí desearía no haber vivido amenazado de muerte durante los diez años posteriores a la publicación de Los versos satánicos.
El director del CCCB, Vicenç Villatoro, recordó que en 2006 también participó en el Kosmópolis Svetlana Alexiévich, flamante Nobel de Literatura, premio del que Rushdie se enteró a través de Twitter, que sólo usa para frivolizar y cuando no está trabajando en un libro.
El exministro Molina niega desequilibrio en el trato a la cultura catalana porque a todas las tratan igual de mal Rushdie no desearía una vida distinta, dice, porque entonces no habría escrito los libros que ha escrito